Test de Turing

Omar Ortiz

Los estudiantes rodeaban la computadora. En la pantalla se leía “80% completado”. Habían comenzado su labor con resignación, pues es difícil imaginar tarea más aburrida que ingresar un montón de tarjetas perforadas en una laptop, su ánimo mejoró cuando descubrieron que el propietario había sido Allan Turing; y la cabeza les explotó al darse cuenta de que había una subrutina encriptada en los archivos. 20 horas, 30 litros de café e incontables cigarrillos después, descubrieron que la clave tenía 8 letras. No tardaron en descubrir que era «homínido». 97% completado.
—¿Pueden creerlo? —dijo Mark—. Seremos los primeros en ver estos archivos en años.
—Mira: 100 % completado.
Apareció una consola. El texto decía: “¿Qué fecha es?”
Fred se apresuró a introducirla: “18/08/18”.
Apareció un texto que Linda, la mujer del grupo, leyó en voz alta:
—“Mi nombre es Alan Turing. Las tarjetas que decodificó contenían mi conciencia y memoria. Dígame ¿en qué estado se encuentra la inteligencia artificial?”
Los tres se miraron con ojos desorbitados y se pusieron de acuerdo para contestar.
“Es un honor, señor, somos tres estudiantes de Informática, la ciencia que usted creó. Nuestros nombres son Linda, Mark y Fred. La verdad es que lo que usted hizo al transferir su conciencia ha sido el mayor logro en este campo”.
Turing sólo pudo contestar “Mucho gusto” cuando lo interrumpieron.
“Hay mucho que contarle, maestro, la computadora donde usted se encuentra pesa menos de 2 kilos, Usted fue interpretado por Benedict Cumberbatch en el cine, y el matrimonio gay es legal”, tecleó Fred.
—No seas indiscreto —le dijo Linda.
“Podemos activar la cámara para que pueda vernos”, tecleó Mark.
“Esperen chicos, yo también estoy emocionado pero hay algo que necesito.”
“Lo que desee, profesor.”
“De hecho ya lo están haciendo, pero quiero un test de Turing más formal.”
“Por supuesto.”
Nadie se atrevió a decirle que los filósofos modernos consideraban ese test insuficiente.