Olivia Guarneros
Miro desde la ventana la ciudad completa; es decir, podría hacerlo si la polución que lo cubre todo lo hiciera posible. Estoy en la cima de un rascacielos, con las piernas abiertas sobre esta amplia cama. Escucho un resuello en mi oído. Trata de penetrarme y no puede. Me encaja los dedos. Cree que así los aceites aromosos que lubrican mi vulva lograrán excitarlo. Imagino a todas las que han desempeñado mi rol en otras ocasiones. Los rostros de satisfacción ensayados; los jadeos, los gritos fingidos. Trato de evitar la mueca de placer que aparece en mi rostro. Intento cerrar la boca, pero se abre cuando acerca su miembro flácido. A pesar de estimularlo con mi lengua bífida, no se erecta. Me da una bofetada. Observa mi rostro temeroso. Quiero dejar de disculparme; las instrucciones en mi software me obligan, como han hecho con mis gestos, con mi boca y la lengua.
Se levanta de la cama y toma una serie de artefactos que reposan en un escritorio cristalino. Me ordena que vaya hacia la pared y ata mis manos sobre mi cabeza. Atina uno, dos, tres golpes con un látigo de puntas. La piel en la espalda comienza a sangrar y eso lo anima. Cuando toma el abrecartas y ensaya pequeñas incisiones en los brazos y las piernas, reconozco su modus operandi. Sé que en cualquier momento podrá penetrarme y sólo será cuestión de minutos para enterrarme un trozo de espejo en la yugular.
Una erección que apenas se asoma me roza las nalgas. Es el momento oportuno. Mis muñecas se transforman y taladran con su filo mis ataduras. El ojo biónico detecta las manos que buscan el cuello. Giro y le tiro una patada en los bajos que hace que se retuerza en el piso. Tomo el abrecartas y sin mediar explicación, le corto los testículos y el miembro. El hombre lloriquea y aúlla. Trata de parar la sangre con las manos. Lo amarro con cinta y le taponeo la boca con sus partes nobles. Miro en sus ojos el pánico. Rememoro una a una las fotografías y las historias de una docena de expedientes. Embarro mis dedos en el charco de sangre y escribo en el espejo del tocador el mensaje que hubiera dejado cualquier marido ultrajado.
Antes de irme, me camuflo en el hombre cuarentón desaliñado y con barba que entró en el penthouse hace un par de horas. Ése es el encanto de mi naturaleza híbrida. Los periódicos rezarán la explicación de tantos casos sin cerrar. ¬
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Olivia Guarneros (Puebla, México). Premio de Cuento Mujeres en Vida 2017, Concurso Iberoamericano de Cuento Ventosa-Arrufat y Fundación Elena Poniatowska Amor 2020. Mención honorífica en el VII Concurso de Periodismo Gonzo 2021, así como el Quinto Concurso de Cuento Corto Fenalem 2022. Sus textos han aparecido en revistas y antologías diversas.
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