Rafael Tiburcio García
La transmigración de los cuerpos
Yuri Herrera
Editorial Periférica, 2013.
Cáceres, España. 134 pp.
Cuando conocí a Yuri Herrera en la presentación de La transmigración de los cuerpos en 2013 tuve la ocurrencia de llevar Trabajos del reino para que la dedicara también. Preguntó mi nombre para escribir en el ejemplar de La transmigración…, se lo dije y pareció recordarlo de Twitter o por ahí. Impertinente, solté algún dato inútil sobre mi currículum y la entrevista acabó abruptamente. Quizá en ese momento cumplía ciertos compromisos editoriales o simplemente no estaba de humor, el caso es que tomó Trabajos mostrando cierta nostalgia, pero también algo más que no pude descifrar, y dijo algo así como: “Es la primera edición” y me lo devolvió. Un libro con dedicatoria, no dos. ¿Qué fue lo que ocurrió ahí? Es simple, hasta hilarante: si yo hubiera sido uno de sus personajes, me habría asesinado.
Suelen compararlo con Rulfo. Críticos, colegas, lectores nacionales y extranjeros sueltan el lugar común: “Recuerda a Rulfo”, y luego el paliativo: “Guardando las distancias”. La comparación suele limitarse a su artificio con el lenguaje, el de un artesano, no, más bien el de un joyero. Pero sus temas y personajes también evocan a otro grande. Carlos Fuentes, sin el tema de lo fantástico, aparece también como referente de Herrera, cuyos personajes oscilan de trotadores de cantinas hasta duros que cuadran al mundo. Las relaciones que teje entre nichos sociales establecen un discurso en torno al poder definido por jerarquías que asientan, áridos y brutales, sus microcosmos narrativos: “Makina hablaba las tres [lenguas], y en las tres sabía callarse”, nos dice en Señales que precederán al fin del mundo; rasgos, la jerarquía y el abolengo poniendo a cada uno en su lugar, que están presente en sus novelas, y en los cuentos anteriores a ellas, como ecos de otros tiempos, pero con el mismo cinismo con que siguen operando en la realidad misma, quizá porque el mundo a veces funciona así: mediante costumbres.

Me interesaba destacar ese asunto menos espectacular, más propio del alumno refundido en estudios comparativos que era en 2013, que del intrépido y valemadrista ensayador de conexiones (que nunca fui). Desde la primera vez que leí a Herrera llamó mi atención el desarrollo costumbrista que presentaba en su narrativa, pero enmarcado por premisas o contextos insólitos e inusuales que recordaban más a los procedimientos de lo fantástico. En La transmigración dejaba de lado la orfebrería alegórica que magnificó sus dos novelas anteriores para traernos un experimento centrado en las palabras, en los significantes, pero también en la visión costumbrista de una ciudad sumida en una epidemia de ciencia ficción y, sobre todo, en la conducta que adoptarían los grupos de crimen organizado al operar en dicho contexto. La Ciudadcita es a la vez tema y personaje que posibilita el desarrollo de la trama que tejen el Alfaqueque, el Delfín, la Ingobernable y las demás criaturas que pueblan las páginas. La ciudad habla usando nuestras mismas frases y sus reflexiones golpean en medio de hechos simples en torno a los personajes:
Todos valemos lo mismo, no importa si crees en yerba ardiente, en pájaros jariosos, en libros enterrados, en la lana, en el verbo o en la verga, todos tenemos un espacio aquí. No, qué, él sabía: la regla era Me vale madre lo que hagas, nomás no te me quedes viendo, cabrón.
En la década de los sesenta, teóricos como Greenblatt postularon que la literatura no refleja pasivamente la Historia sino que interviene en ella desde el momento en que la representa. La mímesis va acompañada de intercambios culturales colectivos que el lector se apropia, de modo que la literatura no se concibe como un ámbito separado de la práctica social. Sin profundizar en estos pormenores teóricos, la ciudad de Herrera nos presenta este intercambio que a cuentagotas revela algunas de las maneras y conductas que tienen quienes viven en ella, a la par que despliega esa joyería semántica que mencionaba antes:
Hubo otras épocas de la ciudad en que la gente se moría a carretadas, pero en ese entonces era por tuberculosis a sueldo o por derrumbes a destajo, normal. Quizá porque la vida era corta, la gente de la ciudad había aprendido a no meterse en lo que hicieran los otros […] Quizá también por eso eran tan afectos a las buenas formas, buenosdiar y comolevar y primerodiosar y muyamabliar todo el día, para poner distancia.
Así hablábamos en la Ciudadcita (que podía ser Pachuca, pero también cualquier ciudad provinciana de México) y mientras a nosotros no nos sorprendía ver en papel frases como: “Tienes la boca atascada de razón”, para el lector externo enmarcado por un 2013 ajeno a las transformaciones sociales que vendrían, ese lenguaje debía ser un festín cultural, una nueva complicidad y no lo que ahora consignan algunas reseñas en Goodreads: una desconexión. Es cierto que las lecturas actuales que enfatizan la moralidad han ampliado nuestras perspectivas sobre ciertos temas, pero a costa de dar demasiado peso al puritanismo: a una censura, una desconexión, una preferencia por la linealidad y un desdén por cualquier capa de lectura que busque explorar más allá del subtexto.
Parte de su éxito se debió a que recordaba puntualmente a los grandes maestros, Rulfo y Fuentes, sí, también Arreola, Ibargüengoitia, pero su voz seguía siendo personal. Una apuesta estilística importante era navegar a contracorriente en plena era del intertexto. Herrera es un joyero, toma materiales concentrados, caros en sí mismos, palabras y frases del slang popular llenas de fuerza autónoma, y les asigna formas caprichosas que sin embargo el usuario final carga con naturalidad, como si fueran hechas para ellos, como si fueran hechos por los lectores mismos. Es el poder del contexto. Todo éxito [y toda desconexión] es un malentendido.
Los intercambios entre texto y sociedad se multiplican a través del tiempo. La creación escrita adquiere legitimidad y, al mismo tiempo, se convierte en materia arqueológica del porvenir, y esto conecta a La transmigración con otras obras del pasado, como Salón de belleza de Mario Bellatin, y de su porvenir, como el actual auge de narraciones costumbristas enmarcadas por lo especulativo.
se acercó a darle un beso, y cuando estaba a punto de hacerlo se volvió hacia un lado y estornudó en la parte interna del brazo. / A lo mejor en el futuro la gente ya no se acordaría de cómo fue que todos empezaron a hacerlo así, en vez de taparse la nariz con las manos. Tenía que llegar un susto de a deveras para que algunos gestos prendieran y luego quedaran como cicatrices que parecen siempre haber estado ahí.
El hecho es que esta novela, quizá sin planteárselo, propuso convertirnos en objeto histórico. Este secreto velado en torno a lo que somos los conciudadanos, puesto en evidencia mediante rasgos de costumbres y relaciones jerárquicas, es lo que ubica a La transmigración de los cuerpos en el mismo nivel altamente lírico y alegórico de sus dos novelas anteriores, a pesar de que sus temas más superficiales y su artificio lingüístico parecen enfocar nuestra atención lectora en otros aspectos. ¬
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Yuri Herrera (Actopan, 1970). Escritor, académico, traductor y editor. Maestro en Creación Literaria por la Universidad de Texas, El Paso y doctor en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad de California, Berkeley. Ha colaborado en revistas como Etcétera, La Jornada, Letras Libres, Eñe, El Malpensante, Rio Grande Review y Border Senses, entre otras. Autor de las novelas Trabajos del reino, Señales que precederán al fin del mundo y La transmigración de los cuerpos y de los libros de cuentos Talud y Diez planetas. Con su primera novela obtuvo el Premio Binacional de Novela Border of Words 2003 y el Premio Otras Voces, Otros Ámbitos España 2009. Fue finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2011. Además, obtuvo el Premio Anna-Seghers Alemania por la traducción de sus tres novelas. Es editor fundador de la revista El Perro y profesor de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans.
Rafael Tiburcio García (Villahermosa, 1981). Escritor, melómano y locutor. Edita Espejo Humeante y, ocasionalmente, hace podcasts. Ha colaborado en antologías y revistas de México, Chile, España, Estados Unidos y Perú. Autor de Cuentos de bajo presupuesto (2014) y Rabia | Ikari (2015). Mención honorífica en el Premio de Cuento Imaginación y Futuro 2021 de MexiCona. fb, tw, ig: @juancorvus.
Un comentario en “La transmigración de la costumbre: retro-reseña de La transmigración de los cuerpos, de Yuri Herrera”