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Uno de vaqueros y sicarios

Rafael Sánchez Araiza

1

Es una noche sin estrellas en El Paso, Texas. El clima caluroso de la ciudad ocasiona que la mayoría de vehículos viejos circulen con los vidrios abajo, pero no aquel Plymouth negro. Ese circula con los vidrios entintados en negro arriba, lo que hace parecer que estuviera construido de una sola pieza. Dentro viajan “Riper” y “Monky”, dos sujetos al servicio del cártel de Juárez que se especializan en asesinar y desaparecer objetivos señalados por el grupo delictivo.
—¿Y qué, Riper? ¿Te gusta el disfraz de vaquero que conseguí? —pregunta con un tono orgulloso, como si el atuendo que escogió para cada uno fuera inmejorable.
—Pues el Levi´s y la Wrangler de rodeo están bien, pero las botas y la tejana no me convencen. Prefiero mis Nike, con esos puedo correr en chinga si llega la policía, porque yo creo que con estas botas feas y pesadas no se puede correr. A duras penas camino.
—¿Ves lo que te digo, cabrón? Nunca te da uno gusto: “Que si esto, que si lo otro”, pero siempre estás inconforme. Para tu información, las botas son Ariat, la mejor marca que hay, y la tejana es Stetson. Además, las pagaron los patrones, dijeron que así nos mezclaríamos mejor con el entorno.
—“Mezclarnos con el entorno” —repite socarrón—, como si las caras de “tacuaches” se pudieran mezclar con las de los gringos.
—Ya, ya, ya, concentrémonos en la chamba. Mira, aquella bodega es donde están los cabrones que nos encargaron, me voy a estacionar aquí para vigilar y en cuanto lleguen les caemos para partirles su madre. Más vale que esta vez no te hagas pendejo, Riper, no me salgas con tus babosadas de: “Tú los matas, yo los descuartizo”. Tienes que ayudarme a matarlos, cabrón, esta vez son un chingo de weyes.
—Ya te dije que sí, ya sé que son muchos. Pero también tú tendrás que ayudarme a despedazarlos para desaparecer los cuerpos. Y no te hagas como la última vez que dijiste que sí me ayudarías y a la hora de hacerlo ya te habías ido con las putas.
—Sí lo haré, lo juro por la Morenita.
—Ya estás. ¿Cuánto falta para las tres de la mañana?—Mucho, es la una treinta. Alcanzamos a echarnos una pestañita, ¿o qué?
—Sí, pero con las armas a la mano. ¿Checaste las tuyas?
—Yo sí, ¿y tú? Bueno, duérmete un rato. Yo te hablo cuando lleguen los tejanos.
Los dos se cubren las caras con los sombreros mientras que los fusiles descansan en sus regazos con las bocas de los cañones apuntando a las puertas del Plymouth.

2

A las dos con dieciocho minutos el vehículo de los matones se sacude por un segundo, justo antes de ser iluminado por el haz de luz que proviene de las alturas. El sueño evita que se percaten de lo que sucede sobre sus cabezas, el Plymouth apenas despega las cuatro llantas del suelo de la calle antes de que sus tripulantes desaparezcan en lo profundo de la luminosidad.
—¿Dónde están los humanos, Prew? —interroga el que parece estar al mando de la nave, a la vez que señala la plataforma en forma de jaula.
—No lo sé, deberían estar aquí. Los sistemas señalan que… Creo que cometí un error, comandante Ark.
—¿Tú crees qué? ¡¿Dónde están mis malditos humanos?!
El subordinado realiza unos chequeos rápidos en una de las muchas pantallas antes de contestar:
—Comandante, hubo un error de cálculo en la abducción, están en el año mil ochocientos veintisiete. En este mismo lugar, pero en ese año.
—Maldito idiota, debiste ser humano. ¡Recupéralos! —grita al golpear el tablero del asiento.
—Estoy en ello, señor. Un momento, por favor.

3

Flechas y tomahawks vuelan por encima de las cabezas de Riper y Monky. Sin embargo, son las estruendosas detonaciones de los revólveres las que los despiertan. La memoria muscular y la práctica los obligan a tirarse pecho a tierra mientras preparan sus armas largas para disparar.
—Monky, ¿a quién le disparamos? —la pregunta queda sin respuesta por un momento, el secuaz tampoco sabe. Por un lado, están los sujetos de piel roja vestidos con taparrabos que lanzan flechas y hachas; y por el otro, los güeros con dientes amarillos y ropas mugrientas que disparan los toscos revólveres. Estos últimos son menos y parecen ser las víctimas.
—¡A los putos indios, Riper! ¡Hay que matar a los colorados! —grita al incorporarse y tocar a su compañero en el hombro, quien al sentir aquella palmada se levanta y comienza a disparar el Colt AR-15 con la técnica de double tap. Monky está situado un paso detrás, cubriendo la retaguardia y los flancos con su Beretta ARX-200 cuando es necesario. La formación paramilitar brindada por el cártel es evidente en ambos criminales.
—¡Recargando! —grita Riper.
—¡Te cubro! —contesta Monky al avanzar al frente de la formación y comenzar a disparar en “pares controlados”. Cuando Riper reabastece su arma quedan tres o cuatro pieles rojas que no atinan a responder el mortífero ataque. Más de treinta indios tapizan el suelo del lugar, incluso algunos caballos yacen despedazados junto a sus jinetes.
Aún no se reponen de la adrenalina cuando escuchan los revólveres amartillarse a sus espaldas.
—¿Quiénes son ustedes, y de dónde salieron? —inquiere el vaquero con la peor facha del grupo, su español es horrible, pero se da a entender con los matones.
—Buena pregunta —contesta Monky—, el pedo es que no lo sabemos.
—¿El pedo? ¿Qué es eso?
—Riper, ¿en qué pinche lugar estamos? Estos no son los tejanos que nos encargaron ¿o sí? —pregunta en voz muy baja.
—No, estos no son, creo que el problema no es el lugar, es el tiempo…
—¡Contesten, fuckin’ cabrones! —interrumpe el hombretón de cabellos hirsutos y dientes amarillos.
—Yo soy Riper y este de aquí es mi carnal, Monky.
—¿Trabajan en algún circo o por qué los apodos? ¿No tienen nombres cristianos?
—Sí, yo me llamo Ju…
—Esos son nuestros nombres, aunque no te gusten, pinche gringo mugroso —tercia Monky con molestia.
—Bueno, si quieren que los llamen como fenómenos de circo, es su problema. Entreguen sus armas y podrán irse. Lo que hagan después no me importa.
—¿Entregar las armas? Tendrás que matarnos para quitárnoslas, cabrón.
—Como quieran, igual me quedaré con ellas —afirma al apuntar su revólver a la humanidad de Monky.
—Espérate, güey. No hay necesidad de eso, aquí están las armas. Tómalas. —contesta Riper, guiñando el ojo a Monky mientras retira el cargador del arma. Al verlo, el otro hace lo mismo. Una vez que se aseguran de que los fusiles están descargados, los entregan. Pero el vaquero no es idiota.
—¿Qué fue eso? ¿Qué acaban de hacer?
—Tranquilo, —responde Riper—sólo les quitamos los seguros para que tú puedas usarlas. De otra forma no podrías dispararlas.
—¡Ya entréguenlas, rápido!
Una vez en posesión de ellas, las manipula en un intento fallido por dispararlas. Una y otra vez las torpes manos recorren la estructura metálica, oprimiendo, jalando y apretando, con la esperanza de que algunas de estas acciones activen los disparos.
—¡Maldita sea, muéstrame cómo usar esta porquería! —reniega al arrojar el arma a Monky, que la atrapa en el aire y con movimientos exactos inserta el cargador y pone el selector de cadencia en automático.
—Con gusto, buen hombre —responde burlón, llevando las miras a sus ojos para acribillarlos de una sola ráfaga—. ¡Así mero funciona esta chingadera, hijo de puta!
—Cálmate, no sabemos si hay más de ellos en las cercanías —exclama Riper, interrumpiendo el arrebatado festejo del cómplice, para después revisar los cadáveres. Uno por uno los esculca con detenimiento, conforme termina los despoja de las ropas. Las manchadas de sangre las aparta en un montón, las limpias, en otro.
—Güey, ¿qué haces? —indaga Monky con horror y preocupación al ver el comportamiento del amigo, pero no hay respuesta.
El otro sigue con su actividad hasta tener a todos los vaqueros desnudos, acto seguido hurga en su propia humanidad como si buscara algo de suma importancia. Después pasea la vista entre los indios muertos hasta fijarla en algo, se incorpora de un salto y va por ello. Es un cuchillo muy parecido a los del tipo Bowie, está clavado en el pecho de un nativo. De un jalón lo arranca y vuelve a los vaqueros muertos, una vez ahí comienza a cercenar la cabeza del más cercano.
—¡Hijo de la chingada! —exclama Monky—. Déjalos en paz, cabrón. No hay necesidad de que los descuartices, estamos en el pinche monte. Y no creo que nadie se haya dado cuenta. ¿No me escuchaste? ¡Riper, Riper!
—¿Qué pasó? ¿A quién hay que matar? —reacciona finalmente el aludido.
El amigo no responde, sólo lo observa aterrorizado.
—¿Ahora qué te pasa?
—Riper, tus piernas. Se están desintegrando. ¡Diosito santo, ayúdanos!
—No digas pendeja… ¡Virgencita de Guadalupe, ayúdame! Monky, carnal, tú también estás desparecien…
No termina la frase, desaparece dejando una estela de diferentes tonalidades.
—¿Riper?

4

—¿Ya los recuperaste?
—Sí, comandante. Están de regreso, en el instante preciso antes de la abducción. ¿Los transporto a la nave?
—No, déjalos. Elegiré a otros, estos parecen provocar singularidades, por decir lo menos.
—Entendido, señor.
—Vamos a otro lugar. No, mejor a otro planeta, a uno más civilizado que sí tenga vida inteligente.

5

Los sicarios despiertan al mismo tiempo. Al hacerlo, gritan y se sacuden de forma violenta en sus asientos, como si despertaran de una terrible pesadilla.
—Ya, tranquilo, cabrón. ¡Cálmate ya, Riper!
—Sí, ya, ya estoy tranquilo. ¡No mames, tuve un pinche sueño culerísimo!
—Yo también.
—¿De verdad? En el mío había indios y vaqueros que querían matarnos, pero nosotros los chingábamos primero. Y luego tú te ponías bien pinche psycho, y empezabas a destazarlos…
—En el mío también.
—Oye, wey, ¿y si no fue un sueño?
—No digas pendejadas, ¿qué otra cosa podría ser?
—No sé, algún tipo de conexión astral… Nah, tienes razón, fue un sueño. Ya son las tres, vamos a darle a la chamba
—Sí, a trabajar. Ya me quiero largar de este país de mierda.
Abren las puertas del Plymouth para dirigirse a la bodega, pero al bajar observan que el paisaje ha cambiado. Las calles ya no son pavimentadas, ahora son simples caminos de tierra. Las casas ya no están, en su lugar hay unos corrales llenos de chivos, gallinas y puercos. En la intersección de los caminos hay un letrero tallado en un pedazo de madera que anuncia:

“Vienbenidos a el PaSo de gortari, cuna del precidente mas onesto de MexiCo”.

—¡¿Qué chingados pasó aquí?! —gritan en coro. ¬

Publicado por Revista Espejo Humeante

Revista latinoamericana de ciencia ficción

Un comentario en “Uno de vaqueros y sicarios

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