Carlos Enrique Saldívar
—Pronto nos quedaremos sin trabajo —bromeó Zafira.
—No lo creas, empezaré a escribir libros de divulgación científica acerca de este tema —dijo sonriente Eban. Se preparaba para lanzarse con su esposa al océano desde su barco.
—«Escribiremos». Yo también tengo mucho que decir.
—Claro. Siempre fuiste la más técnica de los dos.
—No, este oficio es en equipo, y somos el mejor.
—Y casi lo hemos terminado. Es momento, cariño.
Ambos se lanzaron al mar con sus trajes de buzo, en busca del material ubicado en esa parte alejada del planeta. Vieron una criatura preciosa, enorme, que irradiaba fosforescencia: un tiburón del tamaño de una ballena que se alimentaba de cardúmenes. El mega, su pesca fue prohibida hace cincuenta años. Hubiera sido desastroso que el pez se tragara el enorme trozo de plástico que se encontraba en el lecho marino.
Pronto aparecieron algunas medusas doradas y otros seres luminosos de gran belleza.
Ya habría tiempo para recorrer esos lares. Tenían el equipamiento.
La misión era primordial y debía realizarse primero.
Ubicaron al robot que se encontraba levantando el desecho del tamaño de una casa de dos pisos, era como un dios latinoamericano quitándole una espina sangrante al mundo.
Eso le hizo pensar a la pareja (que se hallaba en la treintena) en sus orígenes. En un país llamado Perú surgieron similares iniciativas hace siglos.
Zafira y Eban laboraban con un grupo de trabajo y lograron limpiar el globo terráqueo casi en su totalidad durante los últimos quince años, apoyados por sus mentores (los dos, huérfanos, se conocieron en el instituto para niños prodigio). Sabían que había un severo problema en Marte y, ya que en Titán se hizo una limpieza completa, estaban dispuestos a lograr lo mismo en su planeta natal.
Más de un millón de toneladas de plástico en Titán se sacaron de sus entrañas y superficie, y las expulsaron al espacio. En Marte había diez veces más. El plástico fue prohibido doscientos años atrás, no obstante, persiguió a los marcianos desde la Tierra hace más de medio milenio. Ahora los esposos, que juraron extraer hasta el último residuo de ese material nocivo para la naturaleza, subieron al barco con el robot y el bulto.
La pesada mole se iría con el cargamento final lejos de Marte. Luego de ello no habría ni una partícula de dicho lastre, ni siquiera en los cuerpos de quienes residían en el planeta (terraformado durante una centuria), ahora habitado por infinidad de individuos que usaban materiales biodegradables con gusto. Habían aprendido a conservar el ecosistema, a no contaminar, no tanto por ley, sino para ser más saludables.
—Labor cumplida —dijo Zafira, tras quitarse el casco.
—Hemos terminado. —Eban le dio un beso en la boca.
Rieron, cantaron, bailaron un rato. Marte se hallaba totalmente limpio. Era el año 2532.
Los registros indicaban que hacía quinientos años, en la Tierra, mundo hoy inhabitable, hubo alrededor de cuatrocientos millones de toneladas de plástico, un peso cercano al de la población global de aquel entonces. ¬
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Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Dirige El Muqui y Minúsculo al Cubo. Administra Babelicus. Publicó El otro engendro, Historias de ciencia ficción, Horizontes de fantasía y El otro engendro y algunos cuentos oscuros. Compiló varias selecciones de géneros variados.
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