Realidad y representación: un debate aún abierto

Rafael Tiburcio García

Nota: éste es el último ensayo de una trilogía sobre ciencia ficción y capitalismo. Puedes leer el primero acá, y el segundo, acá.

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En su artículo “Mi realidad virtual tiene más dinero que la tuya”, Alberto Chimal lamentó que entre las numerosas reseñas y teorías alrededor de la serie WandaVision, pocos hayan encontrado su conexión con la novela Tiempo desarticulado (1958) de Philip K. Dick, o con alguna otra de las obras de este autor que se caracterizaba por trastocar los límites entre lo real y lo ficticio. En esta novela, cuyo título remite a una línea de Hamlet, Time is out of join, el orden natural del mundo y el tiempo se desarticulan a partir de las ecuaciones de un matemático que se dedica a resolver los rompecabezas de los periódicos. ¿El plot twist?: la realidad es una simulación.
Una de las conclusiones que parece extraer Chimal de su análisis se antoja concluyente: “spoilers de WandaVisión y 898,495 películas, series, novelas y demás”, de la cual se extrapola que la revelación de la realidad simulada ya no sorprende a nadie a estas alturas, o no debería; que el momento histórico que vivimos da por concluida “la época en que rehechuras, recombinaciones y demás estrategias retóricas de lo llamado posmoderno tenían sentido”. ¿Cómo es que entonces este tipo de historias se mantienen vigentes y en renovación? Quizá sea por la “sorpresa”, quizá por la mímesis de una realidad que, según un consenso bastante general de filósofos y creadores, se entiende como algo no muy distinto de una representación.

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En su libro La melancolía del cíborg (2009), Fernando Broncano menciona que los cyborgs (es decir, nosotros, seres que utilizamos “prótesis” para interactuar con el mundo) vivimos entre palabras y objetos que convertimos en imágenes, “depósitos de representaciones, proyecciones externalizadas de la mente, trozos de cerebro humano que impregnan las paredes” como una forma de extender nuestra mente y distribuirla por el entorno. Para Broncano, el lenguaje mismo adquirió desde la edad moderna el estatuto de artefacto en las manos de los narradores, de técnica de la imaginación. El relato como un instrumento para edificar mundos inexistentes y la cultura como una reflexión para conocer e imaginar lo real.
Ya desde el final del Renacimiento y el principio del Barroco, obras como el Quijote y Las Meninas reflejaban una episteme en la que la representación volteaba hacia sí misma como un universo autónomo, generando nuevas formas de expresión, de pensar el mundo y de pensar al propio sujeto. Así, la racionalidad moderna, tanto en las ciencias como en las artes, se vuelve de hecho imaginaria, una imagen en el espejo que implica, como menciona Julieta Campos en su novela Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina: “la representación del mundo y de la necesidad que tienen ciertos artistas de representarse dentro de esa representación en el acto mismo de representarla”.
Broncano opina que “No se llena el mundo de relatos sin que tales artefactos afecten pronto o tarde a la identidad cíborg. Imágenes y relatos son las dos clases de artefactos representacionales que configuran la modernización de la historia humana”. Casi dos siglos después de Velázquez, Honoré de Balzac, lejos aún del siglo XX, ya reflexionaba en La obra de arte desconocida (1831) que la representación en sí era lo que dibujaba la realidad: “¡La distribución de la luz da, por sí misma, la apariencia al cuerpo!”.

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Las visiones de la realidad previas al modernismo tendían a afirmar que la realidad era una, acorde con los hechos, independientemente de la percepción individual. En La condición de la posmodernidad (1989), David Harvey señala que la ilustración operaba en la visión mecanicista de Newton, según la cual tiempo y espacio homogéneos se convertían en recipientes a los que se limitaba la acción. La ruptura de estas concepciones dio pie al nacimiento de las formas modernistas, pues al haber tratado como reales las concepciones idealizadas de espacio y tiempo, los pensadores ilustrados habían racionalizado experiencias y prácticas humanas en presupuestos absolutos. La asincronía posibilitada por avances tecnológicos como el telégrafo o la radio desorganizaba estas concepciones.
Siempre hemos sido una red de individuos, lo éramos antes de conectarnos y lo seremos aún si la internet desaparece algún día. Pero, ¿qué pasa ahora, si, incluso al tomar el celular de mi pareja para googlear el mismo término, el buscador arroja resultados distintos en cada teléfono, si la realidad misma no sólo es mutable, sino que se adapta al microcosmos de cada individuo?
Durante décadas el posmodernismo advirtió los cambios de percepción de la realidad. Para Harvey, el triunfo de la estética sobre la ética como sistema de valor ha jugado un papel importantísimo en la percepción actual del empobrecimiento y la decadencia social, que se vuelve una simple “descripción pasiva de la otredad”. El pensamiento posmoderno analiza la vida social con un enfoque en oposición a algunos ideales de la modernidad, es decir, desde la pluralidad y la multiculturalidad, la indeterminación axiológica, las crisis morales, la textualidad como referente de la realidad, la entropía, la tolerancia, el predominio de la imagen y de la representación o la importancia del signo.
Internet nos seduce porque nos pone en una posición enigmática entre el yo y el tú que posibilita la conexión a la vez que contamina la vida offline con sus modos, normas y estéticas. Podemos entender la masificación de la internet como un movimiento abrupto que reestructuró el andamiaje cognoscitivo y lingüístico, temporal y semántico, en el que las personas traspasan las palabras e imágenes que las representan. A la vez que lo privado crea nuevas realidades en línea, lo público altera la realidad fuera de ella; ambas interactúan y se confunden y, en medio de esa coyuntura, los individuos perdemos la capacidad de disociar lo real de lo representado.

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Este intercambio entre realidad y representación tiene resonancias en el campo literario. Javier Avilés reflexiona que los oyentes de los hexámetros de la Odisea estaban más interesados en la narración de la vuelta a Ítaca de Odiseo que en la verdad. El storytelling, tan de moda hoy en día, representaba ya desde la antigüedad el interés de los oyentes ante lo que claramente eran los inicios de la literatura occidental.
En la actualidad, Josefina Ludmer propone un tipo de literatura que denomina postautónoma, término que define como una liberación de las corrientes literarias, una literatura en la que se desdibujan las fronteras entre géneros, y las funciones específicas de un lenguaje que podríamos llamar literario, es decir, la pérdida de autonomía, pero también de las fronteras entre realidad y ficción, para presentarse como la literatura de una realidad cotidiana que no es histórica, referencial y verosímil del pensamiento realista, una variedad de escrituras en las que atestigua el fin de las clasificaciones literarias. Las literaturas postautónomas se instalan localmente y en una realidad cotidiana para fabricar presente: “Estas escrituras no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son o no son literatura. Y tampoco se sabe o no importa si son realidad o ficción” con lo que nos volvemos testigos (y lectores) de variedades textuales y narrativas que se añaden a la conformación del tejido estructural de los relatos, tales como la crítica literaria, la reseña, el comentario, el diario, el guion cinematográfico, el lenguaje informático o las listas de compras que irrumpen, a veces violentamente, en los espacios de las narraciones.
Para Ludmer, estas escrituras “aparecen como literatura pero no se las puede leer con criterios o categorías literarias como autor, obra, estilo, escritura, texto, y sentido (…) son y no son literatura al mismo tiempo, son ficción y realidad”.
Federico Vite aventura que la literatura postautónoma implica que, al despojarse de la especificidad y los atributos literarios anteriores, las obras actuales pierden el poder crítico emancipador e incluso subversivo que caracterizaba a la literatura autónoma. ¿Quiere esto decir que aceptar obras que unifican realidad y ficción nos obliga a restarles valor literario? ¿Cómo afecta o potencia esto a una producción enmarcada en reglas más específicas como suele ser la literatura de géneros?

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Los dilemas que la ciencia ficción plantea son valiosos para el posmodernismo en la alegorización del fracaso de los grandes relatos y de la Historia como sistema para conocer la verdad, pues en una época en la que los sucesos son sincrónicos y no diacrónicos, y el volumen de la información es inmensurable, la Historia pierde su utilidad como herramienta para representar y entender la realidad, como menciona José Mariano Leyva en El complejo Fitzgerald (2008).
Ya en 2004, en su ensayo Bienvenidos al desierto de lo real, Slavoj Žižek tomaba la escena del despertar de Neo en el páramo ruinoso de la película Matrix para anticiparnos que lo real no era sino el vacío que dejaba a la realidad incompleta e inconsistente, ejemplificado en los atentados del 11 de septiembre. “Para quienes hemos sido corrompidos por Hollywood, el paisaje y las imágenes de las torres derrumbándose no pueden sino recordamos las escenas más espectaculares de las superproducciones de catástrofes”, mencionaba. “La imagen entró y rompió en pedazos nuestra realidad (es decir, las coordenadas simbólicas que determinan nuestra experiencia de la realidad)”. El artefacto ficticio estableciendo una crítica a la realidad, pero acentuando que la observación de lo real a través de la propia percepción convierte a lo real en ficción, al grado de que un equipo de guionistas y directores, especialistas en películas de desastres, se conformó a petición del Pentágono para imaginar situaciones para posibles ataques terroristas.
También en Matrix, el traidor Cypher elige voluntariamente un mundo ficticio donde los objetos se vuelven uno con el sujeto. “No quiero recordar nada, ¿entiende?, y quiero ser rico, ya sabe, alguien importante, como un actor”, recalca, adquiere la facultad de volver real lo irreal. Pero la gran inversión del filme es que es lo real, irónicamente, lo que resulta ideal: una elección de lo real como utópico.

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Volviendo a Chimal, él menciona que el tratamiento que Philip K. Dick hace de la realidad sigue siendo relevante en la actualidad: “Un presente en el que todas las experiencias de lo real se vuelven maleables, engañosas y sobre todo manipulables. Un presente donde el simulacro ha reemplazado al ‘ser auténtico’, la máscara al rostro”.
La realidad, para Fredric Jameson, “es una red continua en la que no se puede retirar un hilo sin provocar una alteración simultánea en la totalidad”. Stanislaw Lem, en Solaris, resuelve el problema de la representación como algo intermedio entre lo sistemático y lo ajeno, pero a final de cuentas imposible. En La rueda celeste, Ursula K. LeGuin, se plantea la posibilidad de los sueños efectivos que cambian la realidad externa y reconstruyen el pasado de tal modo que la realidad anterior al sueño desaparece (una simplificación de esta premisa sería la película Efecto Mariposa). Y en Picnic al lado del camino, los hermanos Strugatsky proponen una realidad de plano incognoscible, de la que se aprovechan los efectos prácticos de los objetos en la zona, pero de ningún modo se conoce su finalidad.
Y es que, aunque muchos han tocado el tema con mayor o menor fortuna, ningún otro autor ha sido tan diáfano como Philip K. Dick para ejemplificar de manera sencilla pero profunda esta degradación de la realidad en los mecanismos que la representan. Jameson considera que, incluso desde sus temáticas recurrentes de disolución de la individualidad y de los límites del yo entre los personajes, Dick aborda esta experiencia enrarecida de la realidad. Incluso en sus adaptaciones, que no se caracterizan por ser precisamente fieles a la fuente, algunas obras expanden las ideas que Dick sugiere, pero deja en los márgenes: en Blade Runner, por ejemplo, no hay lazos familiares sólidos, sólo fotografías fabricadas y memorias falsas que se implantan a los replicantes para hacerles creer una condición humana y así poder controlarlos. Y en Total Recall (la de 1990), más allá de la manida estructura de tres actos, rebelión incluida y escenas de acción, Verhoeven aprovecha el pacto de verosimilitud del espectador para plantear visualmente aquellos pasajes en los que se vuelve ambiguo o de plano imposible distinguir la realidad del recuerdo implantado.
Esto será llevado aún más lejos por autores como Satoshi Kon, sus émulos Darren Aronofsky y Christopher Nolan y, recientemente, Roger Eggers. En sus filmes Paprika, Millenium Actress o Perfect Blue, por ejemplo, Kon utiliza las posibilidades técnicas y expresivas de la animación cinematográfica (cortinillas, transiciones, montaje y cambios de escenario) para plantear universos alucinatorios, mnésicos u oníricos que se relacionan con la experiencia de lo real.
En algunos de sus cuentos y novelas, Dick no sólo aborda la fragilidad e indeterminación de las construcciones objetivas de la realidad, sino aun de las subjetivas. En el relato “La hormiga eléctrica”, un hombre descubre que no es un humano sino un androide y que en el interior de su pecho existe un “carrete” con perforaciones (similar a los utilizados en las computadoras de mediados del siglo XX) que contiene su programa de “realidad”. El hombre comienza a jugar tapando los agujeros o haciendo nuevos, sólo para descubrir que los vuelos de las aves, las personas e incluso el espacio sólido simplemente se desvanecen.
En “Espero llegar pronto” un cosmonauta en animación suspendida despierta luego de una falla en su cápsula criogénica. Para evitar que su mente sin estímulos se vuelva un licuado, la computadora de la nave rebusca entre sus memorias para hacerlo vivir nuevamente pasajes de su infancia y su juventud durante las décadas que dura el viaje, pero en cada intento el hombre tiende a llevar sus pensamientos hacia las experiencias negativas. Al llegar a la Tierra ya no puede distinguir la realidad de las proyecciones que experimentó.
El “Artefacto precioso” nos pone en los zapatos de un ingeniero que descubre que los marcianos han implantado memorias a la población para hacerles creer que ganaron una guerra que en realidad perdieron, vaporizando el agua de los océanos en el proceso. “Podemos recordarlo por usted” (cuento en el que se basa el guion de Total Recall) explora la posibilidad de que estos recuerdos implantados pueden ser más reales que las experiencias verídicas.
“La fe de nuestros padres”, publicado en la antología de Harlan Ellison Dangerous Visions de 1967, lleva esta idea de la manipulación colectiva un paso más allá, convirtiéndola en una predicción peligrosamente cercana a nuestra experiencia actual de la realidad mediante las redes, los medios y la vigilancia gubernamental. En este cuento, un comentario al gobierno de Mao Tse-Tung y posiblemente una réplica a obras previas como Un mundo feliz o 1984, un ciudadano de un gobierno totalitario deja de tomar una droga mezclada con el agua potable desde décadas atrás, y accede así a una realidad terrorífica, de un horror casi cósmico.
Novelas como Ubik presentan también estos abordajes de la realidad como algo que no es lo que parece, donde el tiempo, representado en los objetos, retrocede. Jameson menciona que: “Todos los lectores de Dick conocen esta incertidumbre de pesadilla, esta fluctuación de la realidad, a veces explicada por las drogas, a veces por la esquizofrenia y a veces por nuevos poderes de ciencia ficción, en la que, por así decirlo, el mundo psíquico sale y reaparece en forma de simulacro o de una habilidosa reproducción fotográfica de lo externo”.

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“¿Sabía que la primera matrix fue diseñada para ser un mundo humano perfecto, sin sufrimiento, donde todos iban a ser felices? Fue un desastre […] Se perdieron cosechas enteras […] yo creo que, como especie, los seres humanos definen su realidad a través de la desdicha y el sufrimiento, así que el mundo perfecto era un sueño del que su cerebro primitivo se trataba de despertar constantemente”, dice el agente Smith en algún momento de Matrix.
¿Qué es entonces lo que tenemos por delante? Alberto Chimal cierra su artículo reflexionando sobre el potencial aislamiento que cada uno de nosotros ejerce desde su “burbuja proverbial”, siempre que existan los medios para hacerlo: “desplazar su entendimiento del universo entero según sus preferencias religiosas o políticas”.
En esto no tiene una última palabra la filosofía ni los modelos literarios ni la ciencia misma, pues esta misma no puede ofrecer una explicación completa de la realidad debido a la existencia de límites del conocimiento científico cuya aceptación explícita requiere la adopción de posiciones filosóficas concretas, como menciona el físico Fernando Sols. La respuesta de la ciencia ante una posible explicación de la realidad es similar a los criterios de Karl Popper y la falseabilidad, es decir, una serie de teorías cuya vigencia dependa de que su capacidad predictiva se mantenga mientras no existan excepciones que obliguen a replantearlas.
En este sentido, la realidad para la ciencia no sería muy distinta de otras que no pertenecen a su dominio, como las que he abordado (estéticas, mentales, sociales) o incluso aquellas que no (morales, teológicas) y que en su conjunto constituyen un zeitgeist en el que la realidad se sigue definiendo colectiva y estadísticamente, a través de consensos.
Podemos considerar que la realidad cotidiana no es ahora una realidad histórica referencial, sino una realidad verosímil, producida, “Es una realidad que no quiere ser representada porque ya es pura representación: un tejido de palabras e imágenes de diferentes velocidades, grados y densidades”, menciona Ludmer. La representación como una cortina que oculta fenómenos que afectan a grupos humanos concretos. La condición posmoderna como una aceptación de la incertidumbre respecto a la historia.
Pero, entonces, ¿no habíamos iniciado declarando una relevancia cada vez menor de los modos del posmodernismo? Sí, pero esto no implica que su influencia haya sido borrada, no es como si fuera una oposición entre continuidad y ruptura, sino que las formas de entender lo real y lo simulado en la creación narrativa y en la propia experiencia ante lo virtual, tienden a recorrer vías aún en exploración. Y es quizá esa la parte compleja del posmodernismo que no podemos hacer a un lado todavía. ¬

Lecturas relacionadas

  • Broncano, Fernando (2009). La melancolía del ciborg. Barcelona: Herder.
  • Harvey, D. (1998). La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.
  • Jameson, Fredric (2009). Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción. Madrid: Akal.
  • Leyva, J. M. (2008). El complejo Fitzgerald. La realidad y los jóvenes escritores a finales del siglo XX. México, D.F.: FETA.
  • Ludmer, J. (2006) “Literaturas postautónomas”. En Ciberletras. Revista de crítica literaria y de cultura (No. 17. pp. 233-337, 389-40). http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v17/ludmer.htm
  • Sols, Fernando (2014). “¿Puede la ciencia ofrecer una explicación última de la realidad?”. En: Molina, Francisco, ed. Ciencia y Fe. En el camino de la búsqueda. Madrid. CEU Ediciones.
  • Wachowsky Sisters (Directoras / Guionistas). (1999). Matrix [Película]. Estados Unidos: Warner Brothers.
  • Žižek, Slavoj (2005). Bienvenidos al desierto de lo real. Madrid: Akal.


Rafael Tiburcio García (Villahermosa, 1981). Escritor, melómano y locutor. Conduce el podcast Indisciplina. Autor de Cuentos de bajo presupuesto (2014), Rabia|Ikari (2015) y, próximamente, Hard bop. Fb, Tw, Ig: @juancorvus

Publicado por Revista Espejo Humeante

Revista latinoamericana de ciencia ficción

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