Luz María Méndez
Todo empezó porque me urgía un corte de pelo, un tinte, un reseteo, aunque fuera simbólico. Así se transitan mejor los duelos románticos, decía mi abuela. Bajé la App Avatar Cosmético en el espejo, me coloqué frente a él y empecé a jugar con las posibilidades: ¿de este color o del otro? ¿Con fleco o sin fleco? ¿Con mechones más largos o no? y así. Nada me convencía.
El recuerdo de Mario seguía hackeando mi atención machaconamente y no paraba de pensar en cómo no fui capaz (una vez más) de anticipar el triste desenlace de la relación. Parecía ser encantador, como todos al inicio: un amable y solícito colega dispuesto a compartir todos sus talentos conmigo, pero resultó ser un macho mentiroso y misógino más del montón ¿algún día se extinguirán?
Cansada de pensar y con el ánimo apaleado por los recuerdos, decidí ir a dormir. Me lavé dientes y cara y le pedí al sistema que hiciera la revisión de rutina del perfil de amenazas cercanas, pero no detectó nada de qué preocuparse. Sólo había un par de cepas de microorganismos que no pudo identificar y me preguntó si las encapsulaba para enviarlas al laboratorio como señala la norma antipandemias. Le dije que sí, un poco aburrida de que me hiciera esas preguntas tontas un sistema que presume de inteligente. De todos modos, por si acaso, le dije que encendiera las alarmas de amenazas inesperadas (en pleno 2030, todavía nadie es capaz de predecir un sismo). ¡Ah! ¡Debería haber una alerta contra príncipes azules de mala calidad! pensé. Me reí de tristeza. Me desmagneticé el aura, me puse la piyama al revés (mi abuela decía que así se espantan las malas vibras), programé el relajador metabólico en el modo de sueños creativos y me metí en él.
Al parecer funcionó. En la mañana ya tenía claro el algoritmo. La gran solución era diseñar una app para perfilar a la gente, analizar las probabilidades de éxito de relacionarnos con alguien para anticipar la compatibilidad en distintas circunstancias y escenarios. Se conectaría al espejo y allí podríamos ver la película en realidad aumentada de manera anticipada de cómo se comportaría la pareja al estar en reuniones familiares (de uno y otro lado), al compartir viajes cortos y largos, y en encuentros íntimos (desde luego); pero también en pleitos, en caso de problemas y enfermedades y, en fin, de convivencia en el sentido más amplio. Tenía mucho que hacer. Me puse a modelar.
Tenía que inventar la mejor forma de recabar información en tiempo real de los comportamientos de las personas, lo cual afortunadamente no es complicado porque a todo mundo le encanta publicar en sus redes todo lo que piensa y hace en cada momento, además de videos y fotografías. Estuve codificando y probando hasta que obtuve un producto bastante aceptable que además era capaz de aprender al recibir más y más datos. Trabajé día y noche por semanas, sin interactuar con nadie, ni siquiera virtualmente.
Por fin llegó el día en que sentí que estaba listo el modelo para presentarlo en la agencia con la que trabajo. Les mandé una solicitud de llamada, pero no obtuve respuesta. Al principio no me extrañó porque sé que siempre están atareados. No me gusta insistir, así que aproveché para seguir afinando algunos detalles. Pasó una semana y aunque hice varias solicitudes de llamada al día, no me marcaban de regreso.
Desconcertada, decidí probar la app con los datos del mismísimo Mario. La primera sorpresa fue cuando nos vi a ambos con un resultado de 100% compatibles “intelectualmente”. Según el modelo, Mario y yo no somos el uno para el otro, sino que somos ¡la misma persona! Eso era algo insólito.
Traté de activar los distintos escenarios, pero en todos aparecíamos haciendo y diciendo exactamente lo mismo, al unísono. ¿Cómo era posible? ¿Se trataba de un gran error de programación?
Intentaba descifrar el misterio cuando el sistema comenzó a sonar la alarma antisísmica. Me puse el traje de protección y me metí al refugio que por ley hay en cada casa. Se apagaron muchas funciones y nos quedamos en modo de ahorro de energía.
¿Hace cuánto que fue eso? No lo sé. El sismo nunca llegó. Yo sigo aquí encerrada en el refugio, el agua se va agotando y las croquetas multivitamínicas también. Sé bien que no puedo comunicarme con el exterior, pero tenía que escribir esto para no volverme loca. Mario se encargó de hacerme saber que él había hackeado mi sistema y robado mi modelo, que ahora es suyo y se vende muy bien. ¬
Este cuento se publicó originalmente en Espejo Humeante Fanzine #8.5
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