Lizeth García
Hacía días que ella no podía dormir. La rutina era bastante pesada. Comer y dormir eran cosas que quitaban el sueño para Isabella Listing, pues la carga laboral había incrementado desde que el asesino de Street 42 había inundado con pavor la ciudad de New York. Lo peor era que Street 42 era una zona con mayor flujo transitorio. Ejecutivos, grandes empresarios que caminaban tranquilamente por ahí, además de mujeres y niños que de vez en cuando se paseaban por el German Guide NYC, Imprepid Sea, el mirador The Vessel, entre otros lugares.
¿De quién podía tratarse exactamente? ¿Quién era lo suficientemente cauteloso para convertirse en uno de los más buscados de la fiscalía de Estados Unidos? No era nuevo para los ciudadanos, pues “El asesino de Street 42” solamente se añadía a la colección de amenazas para la zona. La única diferencia de todos los maleantes que buscaban día con día era que nadie cubría los requisitos para que los agentes pudiesen sospechar de alguien. La mayoría de quienes transitaban eran personas de bien, sin necesidad de cometer actos ilícitos que involucraran homicidios por el puro placer.
Si algo había de reconocerse de la agente Listing era su impecable forma de trabajar para mantener las calles de la ciudad sin indigentes que espantaran a los ciudadanos, con ropa sumamente vieja que dejara entrever parte de la piel con matices de grasa y un olor compuesto de solventes que complementaban la dieta para evitar el hambre y omitir la realidad. Todo esto con una esencia de sudor que no era más que el producto de largos días caminando sin sentido ni rumbo aparente. Sin un arma que destacara de sus pertenencias, más que una vara con la que de vez en cuando realizaban malabares urbanos, eso era más que suficiente para que el departamento de policías, salieran de cacería en búsqueda de “los parásitos de la ciudad”.
Lo cierto, es que se refugiaban en “El barrio”, ubicado en East Harlem, donde el peligro abundaba para los civiles, pero los indigentes tenían privilegios al protegerse entre sí. Gustaban de realizar fogatas con los basureros y buscar migajas de los contenedores que se situaban en la parte trasera de los restaurantes de comida rápida. Mientras los ciudadanos los tachaban de ser un peligro para la sociedad, entre la oscuridad de sus rumbos, eran los habitantes más vulnerables, los que disfrutaban de un festín de sobras y de vez en cuando, engañar al hambre a base de heroína, lo más accesible de conseguir.
Así era la vida de los miserables, lo que grandes periódicos de New York, ocultaban, e incluso Isabella Listing, quien solamente apostaba por omitir lo que nadie quería saber, pero se requería de algo más para exterminar. El crédito económico, la principal promesa del alcalde Adams, era la principal carencia que el Centro Correccional Metropolitano en Manhattan, requería para solventar los gastos que millones de reclusos, demandaban día con día en su estancia ahí. Por ello, salía más barato mantener en secreto los barrios con mayor pobreza y delincuencia que seguir con la tarea de encarcelar la vagancia, aunque la fiscalía aún conservaba agentes, abogados y policías con alma de servir a la ciudadanía al pie de la letra, de realizar justicia y mantener a rajatabla la promesa de salvaguardar la seguridad.
Uno de esos agentes, sin duda era Isabella Listing, aunque la atmósfera de la fiscalía había manchado su espíritu de liderazgo con pequeños matices de tiranía. Gustaba de dar órdenes y que éstas se cumplieran dentro del marco de profesionalismo, pues un error para ella era símbolo de fracaso, torpeza e incluso una pérdida de tiempo para la fiscalía que mantenía cada carpeta de investigación con justas no favorables.
Los días transcurrían cual reloj descompuesto. Apenas pasaban unas horas y la jornada laboral se transformaba en un ambiente tenso. En cada oficina se escuchaba a lo lejos el sonido de algunos teclados que no paraban de plasmar letras, complementados con clicks que apresuraban la base de datos de la zona, el sonido de las campanas telefónicas, unas cuantas tazas de café chocando con cucharas de metal que amenizaban la jornada a base de azúcar y algunas hojas que ocupaban gran parte de archiveros, escritorios, cajones e incluso el piso, impregnando el aire con fragancia de papelería.
Mientras tanto, Listing observaba detenidamente la ventana como si de divagar entre pensamientos se tratase. Había dado la orden de examinar los antecedentes de los ciudadanos que recién llegaban a la ciudad, pues tenía la certeza de que el asesino fuese un residente nuevo como los otros criminales, e incluso tenía en la mira a los nuevos latinos que se encontraban distribuidos en los numerosos restaurantes, Seven Eleven y trabajos de construcción. “No hay manera, esa calle tiene delincuentes, pero jamás asesinos seriales. Sí, seguro es uno de esos inmigrantes, su ‘facha’ me eriza la piel. Sus brazos están llenos de tatuajes que seguro simbolizan alguno que otro homicidio. Estoy segura de que ahí está ese loco asqueroso”, pensó. De forma repentina, el rechinar de la puerta interrumpió sus suposiciones. Era su mano derecha, Susan Brow:
—Los expedientes de los ciudadanos de nuevo ingreso, ya los tenemos, Isa. Logan ha estado en la calle, investigando de establecimiento en establecimiento la planilla de nuevos empleados. La mayoría son latinos —dijo Susan, mientras sostenía su laptop con la base de datos en pantalla.
—¿Papeles en regla? No lo creo, seguro son ilegales —exclamó Isabella, mientras miraba de reojo los datos de los inmigrantes—. ¿Qué haría un latino trabajando aquí, con papeles en regla? Apenas podría pagar su visa y no le convendría venir por un par de meses a New York. Estoy segura de que uno de estos es ese asesino que nos ha dejado estancado el trabajo.
—No lo digas así, Isabella. La mayoría de esos hombres tienen familia y se la pasan cada semana en los bancos de Money Gram, de hecho, piden permiso en su jornada laboral, pues la mayoría dobla turno —respondió Susan, mientras señalaba las papeletas con algunos comprobantes de los envíos de dinero.
—Susan, deja tu subjetividad de lado, al menos en la fiscalía. Los ciudadanos de New York están en peligro. No es suficiente con ocultar a “los parásitos de la ciudad” en los barrios bajos. ¿Qué hacen para ganarse la vida? Lo fácil: malabares y atiborrarse de estupefacientes, sabiendo que hay trabajos. Los latinos sólo vienen a ocupar esos lugares, la gente de aquí se queda sin oportunidad de empleo. ¿Y los latinos? Son iguales o peores que esos vividores. Vienen a conseguir el empleo fácil. No quieren ser profesionistas, evitan a toda costa los libros, los anticonceptivos. ¿Por qué están aquí, Susan?
—Están aquí por sus hijos, la mayoría tiene familia.
—¡Porque no tomaron un libro y se les hizo fácil! ¡Susan, por favor! Vienen de países sobrepoblados, de baja calidad educativa y económica. Vienen a lo fácil.
—Vienen a lo que pueden. Pero se me olvidaba que eres de los Listing, gente frívola y soberbia. ¿Qué has hecho para obtener tu lugar en esta fiscalía? Trabajar. Ubícate. Ellos hacen lo mismo. Y “los parásitos” están ahí por un factor más fuerte que la falta de empleo.
—Bueno, Brow, ¿Qué dice Logan Allen al respecto? ¿Al menos ha dejado de lado su sentimentalismo? —preguntó Isabella en tono sarcástico.
—Logan ha estado indagando en todos los establecimientos. Todos los inmigrantes doblan turno y a veces trabajan en su día de descanso. Han sido sometidos a pruebas médicas para saber si han consumido drogas o se han desvelado. La mayoría llega de madrugada a su casa y, si el turno es nocturno, se van directo a su departamento a comer y dormir. Los que trabajan en construcciones también están sometidos a largas horas de trabajo. Es imposible que uno de ellos sea el asesino de Street 42.
—Y ¿qué dice la zona de vigilancia?
—Los establecimientos cuentan con su propio sistema de seguridad y Logan reporta que en efecto los trabajadores latinos pasan la mayor parte de su tiempo en su trabajo. Han venido aquí sólo para tener mayores ingresos. Ninguno ha pertenecido a algún cártel o le han pagado por asesinar.
—Convincente, aunque el resto aún no me ha traído su reporte. Voy a comunicarme con ellos. Retírate Susan, sólo espero que no me esté equivocando al dejar que tomes el mando del análisis de expedientes.
Eso era en la oficina, aunque los trabajadores que tenían el trabajo de campo tenían ganada la jornada al ser la más apresurada, aunque bochornosa. La intriga crecía, los agentes salían a primera hora de la mañana a recabar información. Algunos agentes incluso estaban de planta en la zona de vigilancia del departamento policial, donde cientos de cámaras vigilaban las calles de New York, incluida la zona de mayor preocupación, Street 42. Sin duda, poseían el mejor sistema de cámaras, al tener un software de máxima potencia especializado en reconocimiento facial. Cada persona, cada movimiento, cada mueca se registraba en aquellos monitores. Aun así pasaba desapercibido el misterio que muchas noches carcomía el sueño de quienes optaban por quedarse en vela. Isabella Listing los habría mandado a realizar brigadas intensivas, pues en cualquier hora del día podría aparecer algún sospechoso.
Mientras tanto, The New York Times se enfocaba en noticias más internacionales. Mantener a la gente informada de las divisas, el clima y los crímenes con mayor difusión protagonizaba las columnas del diario. De igual forma, varios reporteros salían a las calles diariamente para realizar el arduo trabajo de informar. Entre ellos, el reportero William Miller, quien conocía a la agente Listing desde hacía algún tiempo. Mantenían una conversación fluida, pese a los años y la carga laboral, además de ser colegas en el mundo de la investigación. La fascinación de Miller ante los crímenes lo habría encaminado a la antropología criminal, de no ser porque su experiencia se basaba principalmente a recabar los acontecimientos más contundentes de la ciudad, aunque era reconocido por la agente, por su pulcritud al realizar los análisis de criminales.
Miller y Listing, carecían de tacto, pero tenían ventaja al ser bastante calculadores. Eso los mantenía como un equipo eficiente. No era casualidad que la compañía del diario más importante y la fiscalía, mantuvieran un contacto de primera instancia. Sin embargo, perdía credibilidad al no tener resuelto el caso del asesino serial. De vez en cuando, los entrañables amigos conversaban en Gregory’s Coffee, mientras disfrutaban de un capuchino.
—La paciencia con el equipo de la fiscalía se me está acabando, Will. No me traen ningún resultado. Ahora resulta que todos los ciudadanos son “buenas personas”. Incluso en la fiscalía hay farsantes. No confío en nadie.
—Entiendo. Has hecho un gran esfuerzo de todos modos, aunque aún no has examinado al resto de los que transitan por Street 42. Hay bastantes empresarios. De momento, algún loco detrás de un traje puede ser tu codiciado asesino.
—Conozco a la mayoría de empresarios de la zona. Si de Manhattan se tratase, podría sospechar de un individuo con traje.
—No todo es subjetivo, Isabella. Hay que tener en la mira a cualquier persona, incluso a quienes conoces. Podrían abusar de que son fuentes cercanas a ti, de que has convivido en numerosas reuniones o de que trabajan para ti y han omitido información que ahora tú requieres.
—Estaré pensando en lo que dices, pero no por mucho tiempo, necesito la respuesta. La ciudad no puede quedarse así. Por ahora, tengo una cita con el editor Adam Coleman. Quiero que me ayude a realizar una reseña periodística para darle auge a la situación del asesino y que los ciudadanos tomen las medidas pertinentes.
—¿Coleman? Es bueno. Recién se ha incorporado al equipo de The New York Times. No sabía que lo conocías.
—La fiscalía se mantiene al día de los movimientos de The New York Times y Coleman no es la excepción. Sigo su obra, es un editor y escritor de calidad; lo que necesito para darle relevancia a la investigación del asesino serial.
La llegada de Adam Coleman a la ciudad era la novedad del momento. El equipo de The New York Times tenía altas expectativas en cuanto a su trabajo que presumía ser de alta categoría, además de ser un escritor consagrado, sobresaliente en poesía y novelas de suspenso. Apenas tendría cumplido un mes de haberse instalado. Gustaba de pasearse por Central Park mientras portaba consigo una mariconera de piel color negra y una libreta donde escribía sus obras, pues tenía la premisa de que en cualquier momento podía surgir la inspiración. Era frío y metódico, de igual manera que la agente Listing, a quien admiraba en secreto, lo que explicaba el por qué creaba poesía. Listing le habría proporcionado la información del asesino de Street 42 para realizar la reseña periodística del caso. Él tendría entonces un adelanto que llevaba consigo en su tableta mientras esperaba sentado en una banca.
—Agente Listing. ¡Buenas tardes!
—Escritor Coleman. No tengo mucho tiempo. Dime.
—Aquí está el encargo, su señoría. Una nota a grandes rasgos del asesino serial. Bastante concreto para que las personas puedan entender mejor la situación.
—Vaya, se ha esmerado. ¿Podría lanzarlo para mañana en el diario? Necesito cuanto antes que los ciudadanos sepan esta situación desgastante. Hasta el momento, sé que ataca a mujeres adultas y a algunos hombres.
—Por supuesto, agente Listing, aunque, ¿aún tiene sospechas de alguien? Digo, hasta el momento el asesino se ha mostrado cauteloso, puede que sea alguien de su entera confianza. De hecho, desde que llegué a The New York Times he sabido que algunos de mis superiores se ven con mujeres por las noches cerca de The Vessel, algunos citan a muchachos para ofertarles ser parte del staff de diseñadores. No he visto a nadie nuevo y tengo la corazonada de que puede ser alguno de ellos.
—Coleman, ¿Está consciente de la información que me está diciendo? La compañía donde labora tiene un gran vínculo con la fiscalía de New York. Por eso lo contacté para llevar las noticias de este caso tan delicado.
—Sé a lo que se refiere, señorita Listing. Sólo quisiera contribuir, pues también mi vida corre peligro. Soy una figura pública y he venido sólo a laborar. He venido acá y la compañía me ha recibido con fervor y calidez, pero la atmósfera me hace sentir intranquilo. No he podido dormir, al igual que usted, incluso he escrito poemas oscuros, como si una identidad sobrenatural me los dictase. Mi esencia y proceso es distinto. Pero esto es importante y, si me lo permite, me gustaría colaborar con usted para encontrar el asesino.
—Le agradezco su aportación, Adam. Confío en su palabra e incluso soy seguidora de su trabajo. Me gustaría que me mostrara un poco de su investigación para que podamos adelantar un poco de la mía. ¿Podrá? Claro, si tiene trabajo, podemos pactar en otra ocasión.
—Si de algo estoy seguro es que será un honor trabajar con una profesional como usted. Pactamos esta noche. En mi departamento tengo suficiente material que le puede interesar, e incluso podemos salir esta noche a indagar por Street 42.
—¡Trato hecho, Mr. Coleman! Lo veo en Street 42 a las 8:00, me tengo que retirar. Llevaré la base de datos.
—La veo por la noche, agente.
Por otro lado, la oficina de The New York Times era un desastre, como de costumbre, al tener tanta carga laboral al día. Recursos humanos se habría atrasado en algunos reportes que exigía la compañía por protocolos de seguridad. Tenían pruebas proyectivas sin revisar y una base de datos con pocos expedientes. Sólo el expediente de Adam Coleman estaba en total regla desde el momento de su llegada; los demás expedientes todavía no eran evaluados, grave error, aunque la urgencia de personal, les había hecho dejar de lado cierto requisito.
La noche llegó bastante rápido. El viento soplaba y las calles de New York se encontraban iluminadas por doquier. La gente miraba por todos tras la incertidumbre del asesino. Isabella Listing se encontraba dentro de su Audi color platino esperando a Adam Coleman, quien llegaría muy pronto pues su departamento se encontraba cerca de Street 42. Un golpeteo tocó a su ventana de pronto.
—¡Agente Listing! Perdón la demora. Sígame, que es grata su visita.
—Gracias, Adam. Vamos, que tenemos una noche larga.
Adam dirigió a Isabella hasta su departamento. Tomaron el ascensor hasta llegar al piso 5. Al ingresar, el lugar tenía una ventana con vista panorámica de New York. Cerca de ahí, en la mesa puesta esperaban una botella de vino, dos copas y lasaña recién horneada.
—Permita que la invite a cenar. Me tomé la tarde cocinando porque de vez en cuando me gusta ser un espléndido.
La cara de Isabelle se ruborizó al instante. No era de mucho expresar emociones, pero estaba en el departamento de Adam Coleman, a quien admiraba bastante.
—Me alegra poder colaborar con usted. No suelo decir esto a cualquiera, Mr. Coleman, pero, para mí, su trabajo es pulcro y digno de leer. Me gustaría conocer qué ha escrito en medio de esta situación que no ha dejado descansar a cualquiera.
—Por supuesto. Hace unos días, escribí un poema: “Mátrix”. Debo decir que es lo más acertado a lo que siento últimamente. Aunque esta noche, su presencia me hace sentir más tranquilo. Se lo mostraré enseguida.
Adam se dirigió hacia su escritorio. Inmediatamente, tomó la libreta donde tenía sus manuscritos. Mientras hojeaba la libreta, una hoja cayó encima de la mesa donde estaba cenando con Isabella. En la hoja había un dibujo de un hombre que caminaba bajo la lluvia y algunos charcos garabateados que terminaban en pico.
—¿También dibuja? No le conocía esa faceta, Adam.
—La verdad es que quiero dibujar a mis personajes también. De hecho, éste es un boceto, pero aún no está terminado y preferiría que lo viese después —dijo Adam, mientras tomaba el dibujo para colocarlo encima del escritorio—. Te presento «Mátrix».
Isabella tomó el cuadernillo con el poema escrito a tinta negra. Empezó entonces a leer mientras degustaba la copa de vino.
Mátrix
Se desconectó la mátrix.
Ya no percibe en absoluto.
Sólo retumban errores de a gratis.
El ruido suena bastante peliagudo.
Juro que no estoy inconsciente,
lo peor, no estoy consciente.
Choques eléctricos constantemente.
Me falta el aire, sonrisa aparente…
—Vaya, Adam. Me ha dejado pensando. Esta situación me ha dejado pensando también. Debes ser muy valiente para llegar a esta ciudad con tanta basura sin resolver.
—Me consuela que pueda ser de utilidad, Isa, si es que así te puedo llamar. Sé que pronto sabrás quién es el asesino, eres una gran agente, tienes carácter y agallas para el puesto que te compete.
—Eres el único que piensa eso. Últimamente no he podido descansar, me preocupa la situación en esta ciudad, es terrible. De quienes sospecho no tienen ninguna culpa. Es una basura.
—Pero el trabajo que me entregaste da mucho de qué hablar. Mira agente, eres un ser humano, necesitas descansar, los ciudadanos estarán bien esta noche. Puedes quedarte si lo prefieres, igual necesito compañía en este departamento frío.
—Una noche perdida puede costarnos muy caro, Adam.
—Pero ten la certeza de que no será así, Isa.
De pronto Isabella se levantó de su asiento. Miró a Adam, quien estaba frente a ella. Más adelante, en la sala, había un sillón grande de piel negra, que parecía bastante cómodo. Dejó caer su cuerpo encima y cerró sus ojos de inmediato. El vino la habría relajado después de días sin poder dormir. De inmediato Adam tomó una manta para cubrir el cuerpo de Isabella, seguido de darle un beso en los labios y acostarse a su lado.
A la mañana siguiente las oficinas de la fiscalía estaban hechas un desbarajuste. Los teléfonos no dejaban de sonar y los agentes estaban desde primera hora en la fiscalía con reporte en mano.
—Isabella Listing, ¿dónde diablos estás? —gritaba Susan desde su oficina.
De repente, Logan llegó a su oficina sin tocar la puerta al menos.
—Susan, The New York Times ha publicado esta noticia.
—PERO ¿QUÉ CARAJO?
Susan no pudo sostener por mucho el diario que Logan le había dado.
Sus ojos se quedaron como platos y un dolor tremendo invadía su vientre. El diario hoy lo encabezaba la noticia:
“Isabella Listing ha sido encontrada en su auto, en medio de la carretera, sin vida: se sospecha de presunta sobredosis de estupefacientes”. ¬
—
Lizeth García. Estudiante de psicopedagogía en la Universidad Humanista Hidalgo. Escritora de poesía y relatos. Fundadora del podcast «La orientación bicolor » y «Entre vasos y versos » espacio literario en conjunto con mi esposo, Ariel Dom Trus.
Un comentario en “El asesino de Street 42”