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Fábula viral

Martha Camacho

—Yo sugiero cambiar de estrategia —dijo el Ajeb tras azotar la puerta del bar Petri.
—¿En verdad? —El Bub miró al Ajeb, éste era joven, demasiado novato.
La reunión se estaba volviendo ruidosa y Don Kentaur, el más fuerte de ellos, se aclaró la garganta conminándolos a seguirlo. En el gran recinto, el 19, desprovisto de sus mortales púas, estaba atado con poderosas cadenas de antígenos, venenosas para los asistentes. Los demás lo miraban con verdadero terror, fascinados.
El 19 babeaba y gemía sin remedio, azotando las cadenas, intentando liberarse. Un monstruo sujetado por necesidad que fácilmente podía engullir y destruirlos a todos, incluyendo sus compinches, las jóvenes variantes.
—Él no quiso cambiar de estrategia —afirmó el Ajeb—, y mira cómo terminó.
El Bub sacudió sus terminales, remedo de risa triste para luego continuar:
—Nunca quisimos matarlos y el 19 es irracional, sin control alguno. Nuestra idea es sobrevivir a ellos, querido, no depredarlos. Traigo dos invitados.
—¡No mames! —replicó el Bub—, el Zóster es un imbécil.
—Pero tiene al menos un buen ratón con ellos, mínimo unos mil añitos, no lo puedes negar.
—¡Siempre sales con “es-que-le-saben-por-viejos-más-que-por-diablos”! Ni se te olvide el cabrón del Brucella…
—Es capaz de vivir de incógnito bajo sus narices —cortó de tajo el Bub—. No me hagas esa cara, bien sabes que se esconde bajo la piel de sus células sin que se den cuenta, y hace su chamba chingaquedito, sin parar, hasta joder con ganas.
Mientras meditaba las ideas de el Bub, Don Kentaur movió sus propias espinas en una demostración tan sonora como muda. Aun sin los zumbidos electromagnéticos de sus cargas cuánticas que no alcanzan para un fonón, no evitaban que los compas virales hablaran. Cualquier virus que se respete no se ausenta de comunicarse.
—Vean esto, chicos —tomó la palabra Don Kentaur—, nuestro querido Ebbie se los petatea en dos días. Este chamaco, nuestro bien talentoso 19, pudo hacerlo en menos tiempo. Pero denle hilacha a esos míseros alambres dentro de sus caparazones y reflexionen: ¿saben qué habría pasado? Ni se me queden mirando así, como si les hablara la Virgen. Clarolas que lo saben, ya sucedió. La chota de ellos nos está deteniendo. Obviemos el asunto que las nuevas armas y que las vacunas. —Todos maldijeron—. Menos esas desgraciadas alianzas con sus curanderos de bata blanca, o que le recen a sus amigos imaginarios. Neta, es una pendejada atacarlos como lo estamos haciendo.
—¿Por eso trajiste a Zóster? —cuestionó el Ajeb.
Don Kentaur retrajo sus espinas, se acomodó su ropaje, pareció tomar una bocanada de un puro inexistente y afirmó:
—Necesitamos aprenderle. No hay de otra.
Las protestas no tardaron en escucharse, las miradas y murmullos de sospecha llenaron el recinto. El gordinflón aludido, la panza redonda y sus terminales plegadas como un origami proteínico, se deslizó en medio de todos. Dejó una peste penetrante a manteca quemada y rancia.
—Les saludo —dijo con recalcitrante voz que no dejaba de tener acentos amenazadores—, variantes del coronita como les llaman allá afuera. —El panzón rio, demostrando una absoluta falta de respeto—. Luego me kissean las terminales, ¿para qué me invocaron?
Don Kentaur se resistió a hacer una reverencia como hacían los novatos, al tiempo de evitar lanzarse contra el recién llegado. Las mafias virales se odian a muerte entre ellas pero son hermandad. Un pacto, sellado cuando las proteínas y aminoácidos estaban en pañales, les impide asesinarse unos a otros. Necesitaban su conocimiento y se obligó a ser humilde.
—Queremos saber —indicó Don Kentaur luego de carraspear y fumar de su puro imaginario—… No, me corrijo, necesitamos saber cómo lo lograste.
—¿El what? —respondió Zóster haciéndose el desentendido. Siempre disfrutaba el impacto que hacía con su mera presencia.
—El estado de parasitación —contestó Don Kentaur conteniendo el estallar en un impulso suicida.
Zóster soltó la carcajada.
—¿Es en serio?
El silencio de los presentes lo convenció de que hablaban en serio. Incluso el 19 calló su ronco gemir y se mantenía quieto, a la expectativa.

—He vivido con ellos más de mil años, desde que comenzaron a caminar y a pensar. No soy como ustedes, mezcla de quien sabe cuántas madres revueltas en un caldo de cultivo. Ustedes son bien improvisados, una sopa de quimeras. En cambio —continuó—, la alcurnia y clase se notan. Savez-vous, mes racines son hu-ma-nas —dijo lentamente—. Y les repito porque no quiero malentendidos: hu-ma-nas. El que se me convoque para impartirles mi saber me parece un insulto. Es como intentar que un puñado de murciélagos, cerdos y monos, lean.
El 19 rugió y las demás variantes se agitaron en oleadas rojas mentando madres y cadenas genómicas. Zóster se limitó a sonreír a pesar de su corta estatura, 200 nanómetros de pura neta valedora.
—Tsk —chasqueó con los labios sin dejar de sonreír, imponiéndose sobre el ruidero—. Ni siquiera se escandalicen, Kentaur —llamó quitando el sobrenombre y pasándose el respecto por el arco del triunfo—. Quien fuera la madrepadre o visconversa del novato, este defectuoso 19, es un bruto tan bestial que ni madres supo hacia qué o dónde atacar, así que le apuntó a todos los tejidos que pudo. Ni siquiera la Belle Lyssa y sus rabiosos hermanos son tan pendejos. Y no me digan que quieren quedar como ellos, gángsteres de pacotilla, domesticados por los humanos desde hace mucho tiempo.
Don Kentaur rugió, frente a la eterna sonrisa de Zóster, quien siguió hablando.
—No te confundas, güey. Soy fundamentalmente hu-ma-no, mon chéri. Ser mafioso de corazón es no compadecerte: ataco a sus niños. Luego de ese primer atentado, después de marcarles la piel para recordarles quién manda, emigro hacia la parte más brillante de sus cuerpos, los bellos campos neurales, algo que ustedes ni conciben. Y desde ahí, intocable, puedo volver a manifestarme o puedo vivir en paz hasta que ellos echen su último aliento.
“Me has llamado parásito, merde de virus que eres. ¿Parásito, yo? No mames, me haces reír. El mafioso verdadero es un intruso y amigo, un simbionte, que está allí siempre, que está al tanto de atacar cuando bajan la guardia. Pero además el gángster verdadero es inteligente: no matas a lo pendejo. Para depredadores imbéciles allí tienen su precioso 19. Okey, paso el insulto de mandarme llamar. ¿Quieren un consejo entre pairs? Háganle como yo, el discreto rey: anido en ellos gracias a su tibieza, a la ausencia de sol en sus huesos, al amor en su sangre.
”Pero recuerden, es la neta netera, les correspondo con mi amor a la vez, malquerido Kentaur y demás bárbaros. Así, esa sensibilidad exacerbada que les hace crear arte, permite que sus inmunitarias bajen. Entonces, cual ganado esclavo y bien contento porque no saben que lo son, los marco con las llagas de mis propios besos. Veo que trajeron a el Brucella. Háganse un favor y que les gire la hilacha que todos llevan por dentro: es una bacteria a la que también hemos domado gracias a mi ganado humano. Y ¡es del tamaño de una nube, con un carajo! ¿Cómo piensan comunicarse con eso? ¿La van a ordeñar o qué?
El Ajeb se le enfrentó:
—¿Tus esclavos?
—Lo son —contestó Zóster sin perder compostura ni sonrisa—. Ya dentro de ellos, no pueden matarme ni abandonarme. Y no voy a dañarlos al grado del asesinato. No me conviene. A nadie de los míos. Ya estuvo bien de charlas para pendejos. Si me permiten, me devuelvo a mi descanso. Ahí se ven si tienen tele.
—¡Ni máiz! —exclamó Don Kentaur—. ¡No puedes irte! ¡Debemos pararle a la división en nuestras hermandades! ¡Es un caos si nos seguimos dividiendo en miles y miles de variantes! ¡Cada brother es cada vez más débil, con las espinas cada vez más cortas! ¡Y nos persigue la chota para atarnos con esas nuevas armas, las vacunas! ¿Cómo vamos a sobrevivir?
—No es mi business. Me adapté porque aprendí a amarlos. Pero ustedes, punta de pendejos, nomás piensan en asesinarlos. Pero bueno, ahí les va mi último consejo y me retiro: revisen qué madres hacen, la Flu comenzó como ustedes y ahora, abandonada en las callejuelas del desprecio, está olvidada.
“El mafioso que ama es quien sobrevive, así vivimos y sobrevivimos, mon chéri. Aprendan a hacerlo y si no, linda extinción. Ciao bambinos! ¬

Publicado por Revista Espejo Humeante

Revista latinoamericana de ciencia ficción

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