Naranja, deidad encarnada

Ariadna Ramírez

Cuando Azul se encontró por primera vez con el esqueleto y vio el cráneo de la criatura se asustó. Éste era pequeño con órbitas gigantes, colmillos afilados, vértebras alargadas, el cúbito y el peroné largos, con vértebras caudales. Se preguntó: ¿Qué clase de animal podría ser?
Quizá era feroz, salvaje por las garras que mostraban las falanges. Ante el nuevo descubrimiento que la catapultaría al éxito de su carrera, se ofreció como voluntaria para acudir al viejo mundo e investigar el pasado de aquella bestia que un día pisó el mundo.
Las dudas se le acumulaban en su cabeza. Tendría tiempo para sacar diferentes hipótesis y tratar de comprobarlas, sabía que enfrentaría las críticas de la comunidad, a la intemperie, a los depredadores como ese animal. Aun así, decidió adentrarse en esa tierra abandonada.
Era evidente por los vestigios que fue un mundo colapsado por guerras, cambios climáticos y desinterés de sus habitantes.
Hizo varios dibujos y pensó en los diferentes nombres que podía tener la criatura. Confirmó que era un mamífero tras encontrar vestigios de los huesos de hembras y machos. Sin embargo, no le decían más acerca del cómo vivió el animal.
La zona parecía segura y, aunque había huellas de depredadores, se levantó un campamento. Su única compañía era una inteligencia artificial asistente. El modelo, a pesar de ser anticuado, contaba con una programación de supervivencia que la ayudaría en su misión.
Lo primero que halló sin entender su significado fue una inscripción plasmada en una imagen antigua. Era algo referente a una Karen.
¿Qué es una Karen?
La IA le indicó que era un nombre femenino, tan antiguo que su etimología provenía de la Grecia Antigua, aunque no logró determinar el significado que buscaba. Los adoradores de la criatura parecían adorarlo adoptándolo, sin importar que ése no fuera su nombre real. Conforme encontró más referencias a Karen, determinó que era la forma en que se reconocían entre sus comunidades. Era tan importante que podía usarse tanto para personas del sexo femenino como masculino.
Tras hallar más inscripciones y esculturas diversas, determinó que era tanto un nombre como un rango honorífico otorgado a los cuidadores de la bestia. Entre los vestigios dejados por los antepasados halló rastros de un mito acerca de una mujer que adoptó y crio a uno de esos seres. La heroica criatura había salvado a sus crías de un incendio, a pesar de contar con filosos caninos que podrían desgarrar la piel de una persona. En el mito se alababa que los caninos pudieran emplearse tanto para el bien como para el mal.
También halló lo que parecía la representación contraria de las otras imágenes. Los seres se representaban con abundantes pelambres. Sin embargo, topó con evidencias de criaturas idénticas y sin pelaje, con orejas puntiagudas, flacas y de piel muy rosa. En un lugar indeterminado que se llamó Egipto existieron rituales de adoración; los dibujaban en sus relieves y jeroglíficos. Los líderes rogaban ser enterrados con ellos para su viaje al más allá, por lo que se les momificaba. Eran considerados dioses, aunque, acorde con la investigación de Azul, nunca dejaron de serlo.
La importancia de este ser, deidad encarnada en la animalidad, estuvo presente a lo largo de la historia de la humanidad, aunque no se le tomó la importancia debida.
Por fin, tras examinar toneladas de papiros, inscripciones, estatuas y alfarería, Azul logró determinar que el nombre de la deidad era Michi. La IA, por más esfuerzo que hizo al examinar sus bancos de memoria, encontró historias contradictorias sobre el origen del nombre. La única certeza fue que se volvió la deidad única, reinante, a partir del siglo XXI, la era del inicio de la interconexión absoluta y dos siglos antes de la pérdida de las memorias electrónicas.
El encantamiento para invocar a la criatura era nombrarlo, seguido de “psss, psss, psss”. Muchas veces Azul, en su campamento, solía usarlo para jugar a atraer al ser. Deseaba que aún existiera y poder conocerlo. La duda la asaltaba también esas noches: ¿Cómo pudo desvanecerse?
Azul sospechaba que, al desaparecer la comunidad que los protegía, los seres se extinguirían. Así que nació en ella la aspiración de considerarse una Karen ya que, al ver las primeras imágenes llenas de pelos, con bigotes largos, de diferentes colores y con un porte elegante y estético, entendió cuál era la verdadera fascinación con ellos.
La investigación llevó a Azul a un recóndito lugar en las profundidades de los vestigios de las ciudades. Para entender más, comenzó a dormir en el día y andar por las noches, ya que descubrió que eran seres nocturnos.
A la par, determinó por las evidencias que había recolectado, que se alimentaban de roedores y aves. Y en todos sus viajes se había topado con ambos, si estos animales habían sobrevivido a la catástrofe, probablemente los otros también lo hubieran logrado.
Su llamado surtió efecto una noche, la comida sintética que llevó no era de interés, pero entre los escombros encontró una bolsa de un polvo marrón. En el frente estaba la imagen de Michi y, por detrás, imágenes que demostraban cómo al polvo se le añadía agua, se depositaba en una vasija y el Michi aparecería. No quedaba claro si tenía que emplear la invocación, pero siguió los pasos y también invocó.
Sigiloso, casi imperceptible se acercó un animal de color naranja a rayas, ella se mantuvo inmóvil, tratando de no hacer ruido. El Michi, antes de acercarse oteó a los alrededores y, al no detectar amenaza alguna se acercó a la comida. Esta, quizá por su aspecto o por su antigüedad, no llamó su atención así que rascó los alrededores hasta que su cacería tuvo éxito: atrapó un roedor que llegó atraído por la comida que dejó Azul.
El Michi, tras unos minutos de espera en los que se escuchó el lloriqueo de la rata, le quebró el cuello. Azul se sorprendió cuando notó que el animal no se comió allí su merecida recompensa.
Trató de acercarse, pero, al primer y minúsculo ruido, el Michi se percató de la presencia de ella y escapó.
Por la noche, al levantar el campamento, miró de nuevo las imágenes que grabó la IA, repetía y congelaba las escenas. Había encontrado al primer Michi en más de mil años.
Le tomó varios días volverse a encontrar al espécimen al que llamó Prometeo en las bitácoras de su investigación, pero le gustaba decirle Naranja. Así los dos tenían algo en común con sus nombres.
El comportamiento de Naranja era de alerta siempre. En tres diferentes ocasiones que trató de acercarse, ocasionó su escape. Fue hasta que Azul empleó una estructura vieja que el Michi no pudo huir más.
Azul se aproximó, la expresión y el claro bufido del ser le advirtió que tenía que alejarse, le tiró varios zarpazos y trató de morderla. Ella levantó la estructura dejando libre al animal, que escapó tan rápido que no pudo examinarlo para ver si se encontraba bien. Sin embargo, por el rastro de sangre encontrado, le pareció que estaba lesionado.
Lo esperó toda la noche, le dejó un roedor que había atrapado con una trampa con el fin de que el aroma a comida lo hiciera ir al lugar.
Al despertar por la mañana, descubrió que se habían llevado el alimento. Las pequeñas marcas de sangre le hicieron creer que fue Naranja. Le preocupó el ver tanta sangre, quizás la herida era más profunda de lo que pensó.
Tras seguir el pequeño rastro, lo localizó cerca de su campamento, lamiéndose la herida. Prometeo, en cuanto sintió su presencia, arqueó la espalda y le lanzó un bufido que le advertía que sería lastimada si se acercaba más.
Azul optó por dejarle alimento y se apartó. Cada día colocaba el alimento un poco más cerca del campamento así que transcurrió un largo tiempo antes de que el Michi se animara a acercarse. Cada vez comió sin dejar de observarla con sus afilados ojos. Por medio de sus orejas, le hacía saber que él no confiaba del todo en ella.
Llegó una noche en que, cansada de esperar a Naranja, la venció el sueño y se quedó dormida fuera del refugio. No pasó frío y, al despertar, se dio cuenta que la razón fue que Naranja dormía a su lado. Su pelaje suave la mantuvo caliente. Sus pequeñas patas no parecían aterradoras mientras mantuviera guardadas las garras, y su nariz descansaba sobre su antebrazo. La ligera respiración le hacía cosquillas.
Intentó moverse en calma pero Naranja despertó. Tuvieron un encuentro de miradas. Recordó por su investigación cuál era el lenguaje de las criaturas así que acercó su mano y dejó que la olfateara. Luego el Michi emitió un extraño sonido vibrante, parecía que se dio cuenta de las intenciones de Azul.
Curarlo fue lo más difícil, pero era necesario. Sus heridas podían empeorar. Su recuperación fue rápida, lo escribió en su informe, al parecer el Michi tenía una gran capacidad para sanar.
Entre ambos se creó un vínculo. Azul consideró que estaban acostumbrados a vivir en grupo ya que Naranja solía dejar cerca de ella el alimento que había cazado, quizás como retribución.
Cuando el tiempo de Azul terminó y tuvo que regresar, su Michi decidió acompañarla. El recibimiento fue de asombro y rápidamente los habitantes del nuevo mundo querían tener su propio ejemplar. Azul recibió no sólo varios premios por su investigación, los fondos proporcionados hicieron posible hacer una exploración al viejo mundo, fue ahí que la chica se dio cuenta de que las Karens no se habían extinto, sólo olvidaron que lo eran. Los Michis retomaron su posición de reyes para los humanos, siendo Naranja el más imponente. ¬

Ariadna Ramírez (México). Licenciada en Mercadotecnia, participa en talleres de escritura en la Tertulia de Ciencia Ficción de la Ciudad de México. Tomó curso de creación literaria en la universidad del Claustro de Sor Juana en 2005. Seleccionada en Taika Editorial en 2021.

Publicado por Revista Espejo Humeante

Revista latinoamericana de ciencia ficción

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