Belem Eslava
El anciano Pek miró a sus nietos correr emocionados hacia la entrada del puente vivo. Daina, su hija, corrió tras ellos, advirtiéndoles que debían esperar al abuelo. Pek se movía con dificultad y avanzaba apenas unos centímetros a cada paso, pero se empeñó en ir a ver el puente viviente. Su vida entera había estado encaminada a ese momento.
A la entrada del puente estaba la estatua de Tamina, la diosa reparadora. Estaba tallada en la corteza de uno de los árboles cercanos al puente. Tamina, diosa de mil manos y tres cabezas. Diosa tejedora. A sus pies descansaban cientos de ofrendas tejidas en hilos de fibras de maguey, de algodón, de plástico. Ofrendas coloridas en forma de flores y corales.
Los niños revoloteaban por los corredores húmedos del puente, se llenaban los pulmones con el olor del musgo y jugaban a mandarse mensajes a través de las hojas de los árboles, escribiendo en el lenguaje de las raíces rimas y adivinanzas que aprendieron en la escuela. Sus risas llenaban el espacio, el eco de sus voces mezclado con el canto de los pájaros era tan fuerte que alcanzaba a atravesar los oídos de Pek y le daba energía para seguir avanzando.
Daina vio los ojos humedecidos de su padre y recargó la cabeza en su hombro, quiso decirle que ya no necesitaba preocuparse, ya podía descansar, pero se contuvo por el miedo de que sus palabras llamaran a la muerte.
Pek permaneció en el umbral del puente, maravillado. Admiró el entramado hecho de árboles y raíces. Un enrejado que parecía caótico, pero que había sido planeado matemáticamente. Sonrío al mirar en funcionamiento los caminos tubulares hechos de lianas por donde las macroproteínas viajaban de un punto a otro, trasladando nutrientes que aseguraban la buena salud de los árboles, y que los humanos también aprovechaban.
Un murmullo de voces interrumpió su contemplación. Una joven maestra y su grupo de estudiantes, la mayoría niños pequeños, se acercaron a la entrada. Se detuvieron frente a la escultura de Tamina y comenzaron a colocar ofrendas en su base. Los más jóvenes ofrecieron círculos, cuadrados y triángulos planos tejidos con hilos gruesos; los mayores, corales, flores, y otros ejemplos de formas de curvatura negativa.
Después de unos segundos de miradas incómodas, la maestra se acercó a Pek
—Señor, disculpe mi atrevimiento, pero ¿es usted Pek Malik, uno de los fundadores de la ciudad?
El anciano observó a la joven como si fuera transparente, confundido. Daina le confirmó a la maestra que su padre había participado en la fundación de la ciudad. La joven entonces le pidió, le suplicó, que le ayudara a contar la historia de Tamina a los niños y Daina repitió al oído de su padre la petición de la maestra.
—Ah, querida, no soy bueno para contar historias. Mis manos —y le mostró las manos, escasas de dedos— cuentan mi historia mejor que mi boca.
—No se preocupe, es sólo que usted estuvo aquí desde el principio. Cuéntenos como era entonces.
Pek no pudo resistirse a los ojos de cachorro perdido de la maestra y tomó asiento en la banca cercana a la escultura. Pidió a Daina que llamara a sus nietos para que se unieran al resto del grupo y comenzó a hablar.
—Niños, imaginen que sus casas, en vez de estar hechas de enrejados de árboles, de pisos frescos de musgo y de tierra, de paredes rugosas decoradas con líquenes, fueran totalmente lisas.
Los niños no entendieron la instrucción y miraron a Pek en silencio, como calculando si había hablado en otro idioma. Pek sonrió.
—Está bien, les mostraré —dijo y sacó de su bolso un pedazo de papel con el que armó un cubo. Los niños examinaron la figura aburridos, la habían visto alguna vez en clase, pero pasaron de ella muy rápido para enfocarse en aprender la geometría de las flores.
—Así era el mundo —continúo Pek—, así era el mundo durante el periodo oscuro del posmodernismo. —Con una varita dibujó en la tierra un cuadrado, un círculo, un triángulo—. Al principio, los humanos andaban por el camino que hemos retomado ahora, pero algo pasó y dieron un giro que casi acaba con todo. Se enamoraron de las formas rectas, de las líneas fijas, de las esquinas. Imaginen ahora esas casas antiguas, planas, lisas. Eran cajas donde se encerraban solos por días y días.
Los niños intentaron imaginar lo que Pek les pidió, pero les resultaba imposible pues estaban acostumbrados a un mundo sin esquinas.
—Durante mucho tiempo, los hombres, porque fueron principalmente ellos los que se obsesionaron con esta geometría, asumieron que habían logrado dominar a la naturaleza, que podían decirle al mundo cómo debía ser. Inventaron la rueda, su orgullo, y con ella pudieron recorrer grandes distancias. Pero la rueda demandaba caminos planos y monótonos. Los hombres destruyeron una gran parte del mundo para hacerlos. Inventaron la idea del infinito y esa idea les hizo creer en la vida eterna, en la abundancia inacabable de los frutos de la tierra. La idea del infinito es una de las blasfemias del culto de Tamina. El mundo se fue haciendo gris, plano, simétrico. Los hombres destruyeron territorios enteros y dilapidaron el agua para transformar la materia viva en materiales rígidos. Hasta que no hubo nada más que transformar. Así empezó la caída del imperio de la geometría plana.
Los niños se pasaban el modelo del cubo y trataban de imaginar cómo sería vivir ahí dentro. No lograban visualizarse encerrados en esa cajita sin gracia. ¿Por qué alguien querría vivir así?, se preguntaban. No sabían del encanto de las pantallas electrónicas de ese periodo, pero Pek no las mencionó porque él mismo desconocía el poder seductor de esos inventos, sólo supo algo de ellos por las historias de sus abuelos, que solían tener mala memoria.
—A mí me tocó el periodo que vino después de la caída, cuando recorríamos el mundo limpiando y tratando de reparar espacios para mantenerlos habitables. Trabajábamos en lugares donde el calor nos llevaba al desmayo, donde no había nada que nos protegiera de los rayos del sol. En lugares tan fríos y estériles que era imposible hacer cualquier cosa sin arriesgarse a morir. Perdimos a mucha gente en el proceso.
”Mi abuelo me contaba de una red de comunicaciones que los hombres antiguos usaban para hablar entre sí sin salir de sus casas-caja, algo parecido a nuestra red arbórea, pero primitiva, pues debieron invadir los océanos con cables y estructuras para establecer conexiones. Cables gigantes hechos de plástico. Cuánto nos costó limpiar todo eso —suspiró, elevando sus manos sin dedos—. Había plástico por todas partes. En algún momento se perdió el conocimiento de dónde había llegado tanto y pensamos que había sido un material natural, luego descubrimos que el plástico simplemente había sido la forma más efectiva de transformar la naturaleza en formas planas.
”La tarea de limpiar el mundo nos parecía imposible, pero apareció Tamina, la tejedora, quien en cada ciudad que visitamos se encargó de establecer acuerdos e intercambios. A la caída del imperio del capital, muchas naciones oprimidas pudieron rescatar sus saberes y, como nosotros, hacer un gran esfuerzo para reparar el daño del periodo oscuro. Gracias a los poderes de Tamina para armar entramados de hilos y de palabras logramos descubrir nuevas formas de habitar el mundo.
”Aprendimos que una línea no siempre tiene que ser rígida y recta, puede ser flexible y estar viva. Podíamos usar las raíces y los materiales del mundo en sus formas originales sin destruirlos, regresar la basura a formas orgánicas usando hongos y bacterias para transformar el plástico. Durante ese proceso Tamina nos enseñó que estábamos unidos con la tierra y entre nosotros a través de una hebra de hilo que parece invisible, pero se puede ver si hacemos un esfuerzo, como la tela de una araña. Recuperamos la memoria de que somos puntadas en un tejido infinito.
”Durante el proceso de reconstrucción transformamos la basura y le dimos nueva vida. Cardamos hebras infinitas de hilos de plástico y creamos con ellas parches y vendajes con los que fuimos remendando las heridas del mundo. Tamina nos habló de la geometría de las flores y nos demostró que, bajo sus reglas, las líneas paralelas no necesitan del infinito, pueden cruzarse muchas veces y podemos tocarlas. Para la geometría de las flores, la destrucción no es un imperativo.
”Ese conocimiento nos inspiró a crear una arquitectura nueva, a tejer ciudades, en vez de construirlas. Aprendimos a vivir en espacios sin esquinas. Reconocimos el lenguaje de la tierra, de las raíces. Formamos la red de comunicaciones arbórea y descubrimos cómo guardar nuestras bibliotecas en semillas y logramos crear puentes vivos, como éste.
Algunos niños escuchaban atentos, otros estaban distraídos jugando con el cubo de papel, pero todos voltearon a ver a Pek cuando se quedó en silencio y sacó de su bolso un modelo del espacio hiperbólico, su ofrenda para Tamina.
—Ustedes pronto aprenderán a crear el suyo —les dijo mientras sostenía en sus manos la enorme flor tejida, atravesada por gruesas líneas amarillas—. Ahora verán que en este espacio habitan las líneas de la geometría plana, la de los hombres antiguos, y que esa matemática que tanto fascinó a nuestros ancestros es sólo una parte del enorme mundo que podemos construir.
”Tamina nos enseñó que el hilo que nos une al mundo y a los demás responde a la geometría de las flores y por eso también está hecha de historias, que son las formas en que codificamos el conocimiento. —Se quedó en silencio por unos minutos, como calculando el peso de sus siguientes palabras—. Les hablo de la diosa reparadora, que representa a nuestras ancestras y ancestros, a todas las personas que lograron rescatar al mundo. Recuerden a Tamina, recuerden su historia y tejan con ella historias nuevas.
Pek cerró los ojos y, por un momento, su mente voló a esos días difíciles en los que el mundo era una lugar gris y venenoso. Nunca olvidaría la primera vez que tuvo en sus manos una hebra de hilo recuperado de botellas de plástico y pudo aprender, gracias a una anciana frágil y sabia que se hacía llamar Tamina, a transformar la basura en flores y corales.
La maestra agradeció a Pek y se llevó a sus alumnos a recorrer el puente. Daina se acercó a su padre, lo tomó del brazo y enfilaron allá también. Por varios minutos admiraron el complejo enrejado de raíces y les dolió el cuello por mirar hacia arriba largo rato. En el segundo nivel del puente hombres y mujeres trabajaban preparando lianas y hojas para otras secciones. En cada pilar del puente había cuencos llenos de agua limpia, recuperada de la lluvia y filtrada por un camino compuesto de piedras y arenilla.
—Aún falta mucho por reparar hija, pero mi tiempo se está acabando, es tu turno —dijo Pek con voz ronca por hablar tanto—. ¿Cómo vas con la microrred solar?
—Ay papá, aún hay mucha resistencia, sobre todo de los más viejos; no creen que el proyecto pueda funcionar.
—Estamos en un buen lugar entonces, hagamos una ofrenda para que Tamina te dé fuerza. Es verdad que no fue una diosa, pero sí hubo una mujer con ese nombre, o al menos así se hacía llamar. Ella me explicó que tomó ese nombre en honor a una sabia del tiempo del oscurantismo. Recuerdo que nunca se cansó de luchar para que los viejos tomaran en serio sus propuestas y se encargó de enseñarnos a los más pequeños el arte del tejido y la geometría floral.
Daina asintió y echó un vistazo a los niños. Cuando se aseguró de que estaban cerca, se reunió con su padre, se sentaron en una banca de piedra cubierta de musgo y sacaron de sus bolsos hilos de algodón para comenzar a tejer sus ofrendas. ¬
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Belem Eslava (Ciudad de México, 1977). Ingeniera en Robótica por el IPN. Ha incursionado en la literatura con cuentos en la sección Universo de Letras de El Universal San Luis Potosí, la antología Siniestras de la colectiva Especulativas y Mood Magazine.
Un comentario en “La geometría de las flores”