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Agradecimiento: retrospectiva de Los segundos y los días, de Enzia Verduchi

Rafael Tiburcio García

Cuando los alumnos de la primaria Teresa Sierra de Ecatepec fueron interrumpidos por el sismo, sabían exactamente qué hacer y a dónde dirigirse. Antes de las 12:30, habían realizado ya cuatro simulacros de evacuación aquel 19 de septiembre de 2017.  Lo que no esperaban era las convulsiones de la tierra que les anunciaban que aquello ya no era un simulacro. Como si el espíritu del día y las actividades cívicas, 32 años después de una tragedia similar, los hubieran preparado justo para eso.
A las 13:14 las primarias públicas suelen estar vacías por el cambio de turno. La primaria de tiempo completo Teresa Sierra no lo estaba, era la hora de la comida y los estudiantes de todos los grupos tuvieron que dejar sus platos para salir al patio.
Rápidamente los alumnos de tercer grado salieron del aula y tomaron sus posiciones. El suelo adoquinado se sacudía de arriba abajo. Dos o tres metros debajo del suelo de Ecatepec todo es fango; la tierra guarda la memoria del lago que alguna vez ocupaba el mismo terreno, antes de las calles y las planchas de concreto y asfalto. El agua de los tambos se regaba junto a las escaleras y yo, más que entregarme al temor de alguien que nunca había experimentado un sismo de tal magnitud, tenía un ojo puesto en cada uno de los 32 niños a mi cuidado y el otro ojo en el entorno: los muros del edificio, las bardas, los pilares de acero y, sobre todo, el enorme anuncio espectacular que oscilaba amenazante junto a la escuela y que, para fortuna de los 180 alumnos, resistió las trepidaciones.
Pude mantener mi cabeza fría; por desgracia, mis alumnos no. Su llanto duró minutos que se sintieron como horas, el tiempo que le tomó a sus padres llegar por ellos, poco a poco, pálidos, asustados, pero aliviados de ver que la escuela había resistido y que sus hijos estaban a salvo.
Ahora lo complicado sería organizar el trabajo durante las siguientes tres semanas. Las redes sociales y la internet fueron fundamentales para coordinar ese proceso de dosificación curricular que pretendía reducir al mínimo los efectos de la suspensión de clases necesaria para realizar el dictamen estructural del plantel, el cual, afortunadamente, confirmó que la escuela no había sufrido daños estructurales, como otras de San Cristóbal que tuvieron que cerrar, y cuyos profesores fueron puestos a disposición semanas después para atender planteles de otros municipios.
Con ayuda de las madres de familia, los profesores de la escuela asignamos todas las actividades que realizarían en sus casas, casi como una premonición de las actividades que realizaríamos en casa tres años después durante la pandemia de Covid-19. Lo que en otro tiempo hubiera implicado llamadas telefónicas, reuniones en espacios abiertos y actividades fotocopiadas, pudo resolverse mediante la puntual comunicación colectiva que posibilita nuestra sociedad hiperconectada.
Vivir esta época es como protagonizar historias de ciencia ficción, muchas de ellas distópicas, cuasiapocalípticas, sobre todo las políticas, económicas o ambientales; pero otras, como los más recientes sismos o la propia pandemia, han revelado que somos capaces de una empatía bastante eficiente.
Recordé todo esto mientras leía Los segundos y los días (Ficticia, 2018), de Enzia Verduchi, pues durante ese mismo tiempo en que preparaba las actividades a distancia de mi grupo, acudía religiosamente a las redes sociales para enterarme de las labores que diariamente realizaban en la Ciudad de México muchos de mis contactos de Facebook afectados por el sismo. Y durante cada uno de esos días, de esas semanas, diariamente y a todas horas, fui testigo de la labor sobrehumana que realizó Enzia para mantener activa una red de información funcional y veraz para apoyar las labores de rescate, acopio y ayuda que se realizaron durante las siguientes semanas.
Conozco a Enzia desde 2010. Durante 2010, 2011 y 2019 sería ella quien daría forma y dirección a los proyectos literarios de tres generaciones de jóvenes creadores de Hidalgo, conformadas por Diego Castillo, Óscar Baños, Antonio Hernández, Diego José, Alfonso Valencia, Eduardo Islas, Christian Negrete y yo. Seis de esos ocho proyectos se convirtieron en libros publicados en 2015 y cada uno de ellos ha conseguido cierta relevancia en el panorama literario hidalguense. Tal vez eso hable bien la generación, pero habla aun mejor de la dirección que Enzia supo dar a nuestros trabajos. Por eso me sorprende, pero no me extraña, el empeño con el que coordinó la red de información durante los días posteriores al sismo, a costa de su salud y sus horas de sueño.
Me permito hablar de Enzia en estos términos porque en un libro de carácter testimonial como es Los segundos y los días, uno que reúne los mensajes y esfuerzos acumulados en una crónica fragmentaria y polifónica de la incertidumbre causada por el sismo, y de lo que ese colectivo de personas, organizadas a través de las redes sociales, hicieron para ayudar, ella fue más allá del límite para aportar todo lo que podía y lo que sabía a sus conciudadanos. Si antes la respetaba, tras esa labor no pude sino rendirle una admiración absoluta, no sólo como escritora y editora, sino como una persona que vela por la seguridad y la integridad de los demás.

Los segundos y los días. Breviario sobre el temblor
Enzia Verduchi
Editorial Ficticia, 2018.
Ciudad de México. 79 pp.

Los segundos y los días reúne y da coherencia narrativa a lo que muchos pudimos atestiguar de manera dispersa en las redes sociales durante esos días cansados y angustiantes. Los sentimientos que tuve al leer los testimonios fueron encontrados. Por una parte, el libro me acercó nuevamente a esas emociones y a ese estado de solidaridad y optimismo objetivo en el que los mexicanos nos apoyamos unos a otros; pero, por otro lado, las palabras negras en contraste con el papel interpusieron inevitablemente una distancia con lo vivido. Esto no es un defecto del libro sino una consecuencia del paso del tiempo que nos ha alejado de esa unidad que sentimos con tanta fuerza. Nuestro momento social y político actual se ha polarizado y, como consecuencia, hemos vuelto a ser una nación dividida por afinidades, agendas y partidos. Y debo decir que me aterra permanecer así. Me aterra y me entristece porque no concibo que los mexicanos (o la humanidad, si se quiere) necesiten estar en estado de emergencia para que aflore su empatía por los demás.
En la Ciudad de México, por fortuna, no se sintió el desabasto de comida, pero el peligro por los derrumbes y las labores de rescate, la incomunicación y el desabasto de otros insumos, como los médicos o la maquinaria, fueron una constante. Lugares como Xochimilco o Tlalpan fueron los que más lo resintieron. El libro va más allá de lo ocurrido en la capital y, eventualmente, a partir de la segunda mitad pone mayor atención en comunicar y coordinar las necesidades de estados como Morelos, Oaxaca, Guerrero y Puebla.
Los segundos y los días reúne en sus páginas 273 fragmentos de voces, tweets, estados de Facebook y Whatsapp, llamadas por Skype y artículos periodísticos que nos muestran, con la prosa llana y puntual tan necesaria para la labor testimonial que se prepuso, un panorama bastante complejo del transcurrir de esos días. La red de comunicación en la que operó Enzia estaba conformada, según los agradecimientos, por 29 personas en la Ciudad de México y 16 más al interior de la república. De los mensajes que el libro consigna, más de 100 fueron proporcionados por el mismo equipo o por otros. El libro incluye también nueve artículos o columnas de opinión publicados en medios, dos de los cuales presentan testimonios amplios y muy cercanos de los desastres. El resto del breviario corresponde a hashtags y a textos que no determinan su procedencia, pero bien pudieron ser textos anónimos reenviados o bien ser los propios mensajes coordinados por Enzia y el equipo. Esta crónica abarca únicamente lo ocurrido durante el mes de septiembre, 12 días a partir del temblor, y no la labor que Enzia siguió coordinando durante los meses posteriores.
El libro también hace mención a 22 grupos de Facebook creados entre el 19 y el 24 de septiembre de 2017 para fines similares de organización, que entre todos sumaban más de 14,600 miembros y que seguían en operación al momento de publicarse el libro.

Los mensajes incluyen una serie de pormenores operativos que dan cuenta del potencial que las redes sociales tienen como medio de organización colectiva. En él podemos leer lo mismo recomendaciones sobre el gas, el uso de las comunicaciones y el transporte; pero también las fechas de apertura de hospitales públicos y privados, el uso de Google Maps para informar sobre el estado de los edificios y las personas desaparecidas, encontradas o sin identificar, que resultó un significativo medio de geolocalización.
Mensajes sobre la solicitud de equipos materiales y medicamentos especializados, de grupos de personas que conformaban brigadas de rescate y atención médica, información sobre posibles sobrevivientes dentro de los edificios colapsados. El escritor Antonio Ortuño, por ejemplo, compartió una serie de recomendaciones sobre la donación de sangre o sobre borrar los códigos de barras de productos donados.
La red también dio cuenta de los voluntarios: arquitectos e ingenieros que se ofrecieron a dictaminar el estado de los edificios (mi propio padre lo hizo en Pachuca), ciclistas que trasladaban insumos de todo tipo por la ciudad, camiones que transportaban víveres desde los centros de acopio en todo el país para las ciudades y comunidades afectadas.
De manera similar, el 23 de septiembre, por ejemplo, la editorial Pachuk Cartonera organizó una lectura pública y habilitó un centro de acopio en el Reloj Monumental en la que algunos autores locales donamos mudas de ropa y botiquines médicos, y establecimos contactos de intérpretes y traductores.
Volviendo al libro, otros mensajes dan cuenta de las sugerencias para los brigadistas, como llevar identificaciones y subir sus fotos a las redes con la ropa que llevaban ese día por si ocurrían derrumbes, o aconsejaban borrar los mensajes compartidos después de cuatro horas para evitar el spam y hacerlos más expeditos. Se dio a conocer también un sistema de señas utilizado por los rescatistas.
Poco después del temblor comenzó a circular el hashtags #verificado19s y otros como #relevos #centrosdeacopio y #derrumbes para organizar mejor las labores de rescate. Posteriormente surgió el sitio web Verificado19s.org.mx que coordinó a más de 300 personas entre programadores, activistas y ciclistas para corroborar datos y no propagar la desinformación. A través de las redes se compartieron también listas de edificios colapsados, y los errores iniciales en la información pudieron corregirse o evitarse por medio de una rigurosa confirmación a través de chats y videoconferencias.
La aplicación Airbnb (antes de convertirse en la maquinaria de gentrificación que es hoy en día) organizó que se ofrecieran más de 1,100 casas para damnificados en la Ciudad de México, Morelos, Chiapas y Oaxaca y que el precio de las rentas se redujera significativamente. Se organizaron muebletones, iniciativas para construir viviendas temporales, para reactivar la economía y para rescatar y reacondicionar las viviendas.
Todos estos fueron aspectos de una organización posibilitada por el uso dirigido y específico de la tecnología y las redes actuales mostró el potencial de la sociedad como motor de acciones colectivas.

Sin embargo, los múltiples ojos de la red ciudadana dieron cuenta también de prácticas poco pertinentes, negativas o corruptas que sucedieron al mismo tiempo, como la rapiña. En las páginas de Los segundos y los días desfilan bandas disfrazadas de elementos de protección civil que robaban las donaciones. Grupos de rescatistas a los que no dejaban realizar labores o que debían detenerlas mientras se realizaban eventos políticos en las zonas de desastre, como la que realizó el propio Enrique Peña Nieto en el Multifamiliar de Tlalpan, uno que, años después, aún mantenía a los damnificados en una carpa. Acciones del gobierno como borrar las evidencias de las omisiones en la aplicación del reglamento de construcción. Personas que recibían vestidos de novia como donaciones. Noticias falsas sobre edificios colapsados o sobre casos infames, como el supuesto rescate de Frida Sofía o las muertes de perros rescatistas. El PRI aprovechando las peticiones de Change.org para retirar los presupuestos de campaña a partidos políticos de la oposición. Y expropiaciones, por parte de algunas autoridades, de maquinaria y herramientas de los rescatistas, así como el acaparamiento, la filtración y el condicionamiento de las donaciones y la ayuda ciudadana.
Si bien los ciudadanos se organizaron para solventar todo esto y aprovechar los recursos y medios a su disposición, también les hizo recordar que muchas veces estaban solos.

Pero estos aspectos negativos se vieron eclipsados ante la solidaridad de los ciudadanos y sus labores que, aquí y allá dieron muestras de lo que mencionaba al principio: que la unidad y el humanismo estuvieron siempre en movimiento. Apenas una hora después del sismo el escritor Iván Farías consignaba uno de los primeros rescates entre los escombros: “¿Cómo no llorar al verlo?”, se pregunta, nos pregunta. Y estas muestras de apoyo se repiten:
Un local que ofrecía tatuajes a cambio de víveres. El restaurante Mexi Bocú donando sándwiches a los rescatistas. Empresas que pusieron sus maquinarias y vehículos al servicio de labores de rescate y transporte. Brigadas enfocadas en la búsqueda y rescate de animales. Solicitudes de licor de forge y botas para los perros rastreadores que, tras las interminables labores de rastreo, sangraban de las patas. Una ferretería que donó todo su inventario. Estudiantes organizados para ayudar a comunidades de otros estados. Gente que liberó sus señales de Wi-Fi. Un anónimo que compró un rotomartillo con el que rescataron a 10 sobrevivientes de un edificio colapsado. El apoyo a los rescatistas y a los participantes en las líneas de vida.
A esto sumo otros hechos que, a pesar de los esfuerzos, tuvieron desenlaces trágicos:
Una nota de despedida hallada por un estudiante entre los escombros en la que se consigna al amor como último asidero ante la desesperación. El rescate parcial de la biblioteca personal de la escritora Lorna Martínez Skossowska, quien pudo comunicarse por teléfono con los rescatistas pero, luego de 48 horas, perdió la vida.
Tres sucesos en particular me dejaron particularmente desolado: una mujer de 34 años con traumatismo craneal a la que le practicaron una cesárea de urgencia. Un rescatista del colegio Rébsamen que quedó en estado grave tras el colapso de una estructura. Una brigadista hidalguense arrollada por un camión. En estos tres casos no fue posible contactar a sus familiares. Las personas únicamente pudieron hacer difusión de lo ocurrido esperando lo mejor, pero nos es imposible saber qué ocurrió con ellos.
Al principio mencionaba que el tiempo nos distancia de las emociones. Éste es el caso y me perturba por algo que, visto fríamente debería ser inconfesable: los mensajes que comunicaban el estado de las víctimas consignan sus nombres y señas. Esto era importantísimo en el momento en que se emitieron, dada la finalidad que perseguían, y es importante también al integrarse como parte del testimonio, debido a que esos nombres y señas daban rostro al dolor y la incertidumbre. Pero al mismo tiempo sus nombres, entre el mar de nombres que llenan el breviario, se fosilizan, se uniforman. Una parte de mí los siente lejanos, más lejanos de lo que estaban en ese momento. Y sé que el objetivo del libro es justo lo opuesto, pero no puedo evitarlo. Y esto no es un reclamo, para nada, al contrario, los nombres pasan a formar parte del monumento memorial en el que el libro se convierte. Porque necesitamos recordarlos: a Marisol, a Juan, a Julissa Itzel, recordarlos para no olvidar que ellos no lo lograron, o lo lograron y no lo sabemos; pero es importante porque las personas que estuvieron junto a ellos, por mera casualidad, hicieron todo cuanto pudieron por ayudarlos.

Y ese mensaje es el que rescato al final de Los segundos y los días, que esos 110 mil damnificados tan sólo en la Ciudad de México; que esos 360 fallecidos en Morelos, Puebla, Estado de México, Guerrero, Oaxaca y Ciudad de México, son ahora, tras la lectura, parte viva de mi memoria, de nuestra memoria, a pesar de la distancia.
Por eso no me queda más que agradecer a Enzia por esas dos lecciones: la de interesarme por ayudar al bienestar de los demás; y la de no permitir que su memoria se pierda.
Eso y la importancia del uso de la tecnología para la organización colectiva, que nos involucre para dar forma a las sociedades que deseamos, y aún más: nos demuestra que hay una posibilidad real, documentada, de que si alguna vez llega el apocalipsis es más probable que sea nuestra empatía la que al final se imponga. ¬

Enzia Verduchi (Roma, 1967). Narradora, poeta y editora. Radica en México desde 1974. Estudió Periodismo y Ciencias de la Comunicación en el Instituto Campechano, y el diplomado de Creación Literaria de la SOGEM. Directora de la Coordinación Nacional de Literatura del INBA (2008-2009). Ingresó al SNCA en 2004. Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta 1992. Autora de Cartas de usurpación, El bosque de la hormiga, 40° a la sombra, Los segundos y los días: breviario sobre el temblor, Groenlandia y Nanof.

Rafael Tiburcio García (Villahermosa, México, 1981). Escritor, melómano y locutor. Edita Espejo Humeante y, ocasionalmente, hace podcasts. Ha colaborado en antologías y revistas de México, Chile, España, Estados Unidos y Perú. Autor de Cuentos de bajo presupuesto y Rabia | Ikari. Mención honorífica en el Premio de Cuento Imaginación y Futuro 2021 de MexiCona. fb, tw, ig: @juancorvus.

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Publicado por Revista Espejo Humeante

Revista latinoamericana de ciencia ficción

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